Un camino lleno de retos
El momento actual que estamos viviendo los católicos, tras el Sínodo sobre los jóvenes, también es un camino lleno de retos. Sínodo significa «caminar juntos». Este camino se inició en Roma cuando obispos y jóvenes reflexionaron sobre varias cuestiones que preocupan a la juventud y para las cuales la Iglesia tiene una respuesta, quizá no conocida. Este camino ahora se tiene que concretar en cada Iglesia local, donde todos juntos debemos hacer un esfuerzo para afrontar los retos de esta asamblea.
La exhortación post-sinodal que acaba de salir a la luz no es un libro con recetas que venga a paliar los diversos problemas que asolan a la juventud y a la Iglesia. Se trata de un documento en el que se presentan una serie de principios que se erigen como nuestra hoja de ruta para la pastoral y que han de ser aterrizados con creatividad.
En todos los documentos nacidos por este Sínodo son varias las sugerencias que se repiten. En primer lugar se llama a «invertir tiempo, energías y recursos». Dar protagonismo a los jóvenes no significa caer en asamblearismos infantiles, o asimilaciones a sus modas y tendencias, hay que hacerse presentes como Iglesia-familia, y eso supone un esfuerzo e inversión por parte de todos. Esto implica una comunidad dispuesta y capaz de acompañar, dispuesta a responder preguntas, escuchar locuras, aquilatar velocidades, etc. Como segundo horizonte se presenta la primacía de la relación: la Iglesia ha de adoptar un rostro relacional, una tienda de campaña donde el grupo y su red afectiva se combina con confianza de la presencia de Dios, para poder así caminar hacia una meta de liberación. En este sentido se hacía un llamamiento a «una Iglesia hogar para los jóvenes».
En tercer y último lugar la misión es la brújula de toda pastoral. La Iglesia no quiere jóvenes para sumar más número de parroquianos, sino para generar más vida, para construir más familia. Será prioritario hablar más de lo de fuera que de lo de dentro, más de salir que de meter.
Ilusión y esperanza
Nos encontramos en un momento histórico de renovada ilusión y esperanza. Los jóvenes cultivan la ilusión, incuban el futuro en deseos apasionados y proyectos renovadores propios de una vida donde hay más por vivir que por recordar. La Iglesia mira con esperanza esas vidas que se abren a algo nuevo que, tras el soplo del Espíritu, anima a buscar nuevas formas, nuevos lenguajes, nuevas maneras de decir «sí» a la invitación que sigue haciendo el Señor. Pongamos en las manos de Dios a aquellos «que no son el futuro, sino el ahora de Dios».