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Y esa olvidada

Escritor

Ahora creo que sería bueno hacer un ejercicio de inducción, ampliando más nuestro rango de observación: no deberíamos fijarnos sólo en los animales de compañía, en los del zoo o en los de cualquier lugar remoto del orbe, sino en la naturaleza misma. El relato bíblico del Génesis abre su primer capítulo con el proceso creador: resulta imposible entendernos a nosotros mismos si no comprendemos antes el origen de lo que nos rodea. ¿Cómo vamos a saber cuál es nuestro destino o qué sentido tiene nuestra existencia si prescindimos de cuanto hay a nuestro alrededor?

Al final, la capacidad del ser humano para inventar cosas sólo se explica desde una naturaleza que le ha sido dada. No creamos desde cero.

Miremos más allá

No es casualidad que muchos de los más grandes pensadores de la historia de la humanidad (Aristóteles, Tomás de Aquino, Descartes, Leibniz, Pascal y Einstein, entre otros) hayan articulado el conjunto de sus ideas a partir la realidad circundante. Llegar a la verdad desde el sujeto y abarcarla fijándonos sólo en el sujeto es insuficiente. Necesitamos mirar más allá, esto es, a los seres vivos, a los ríos y las montañas, a las estrellas, al universo entero.

En 1977, el beato Pablo VI concluyó su mensaje inaugural de la V Jornada del Medio Ambiente con el siguiente mensaje: “pido un cambio de mentalidad, una conversión de actitudes y de prácticas, de modo que el rico voluntariamente use menos los bienes de la tierra y los comparta más amplia y sabiamente (…), que sepamos conservar con inteligencia, más que consumir sin necesidad (…), para asegurar un medio ambiente ecológicamente sano para la gente de hoy y para las generaciones futuras. Todo lo creado por Dios es bueno, escribía el Apóstol Pablo. Oramos intensamente para que (…) todos y en todas partes se alegren con la sabiduría de este grito, y se comprometan a compartir fraternalmente y a conservar un ambiente puro, como patrimonio común de toda la humanidad”.

El desarrollo vertiginoso de las tecnologías que venimos experimentando en las últimas décadas viene acompañado de un retroceso: poco a poco estamos bajando más la mirada hacia nosotros mismos, hacia las pantallas, hacia los celulares, hacia lo que me gusta o lo que estoy haciendo, con el fin de proyectarlo nuevamente hacia fuera. Como si disfrutar de un plato de comida, un viaje, una excursión o una opinión tuviera menos trascendencia cuando no se vuelca en las redes sociales. Hagamos ese parón diario para orientar la mirada al sol, al cielo y a la tierra, símbolos perfectos del lugar del que venimos y adonde vamos.