DOS rudas lonas colgadas de los manzanos improvisan el salón de banquetes de esta familia de Normandía en medio de su huerto. Los brillantes rayos del sol se filtran a través del follaje verde de las ramas y reflejan su fulgor en el impecable mantel blanco, sobre el que la abundancia de botellas medio vacías atestiguan la generosidad del almuerzo.
La niña del vestido rosa y los cabellos dorados, cansada por la prolongada comida, juega con las flores. El padre de la novia se acaba de levantar y, limpiando la comisura de sus labios con la servilleta, brinda con su hija. Alzan al tiempo sus copas el resto de los comensales, deseando felicidad de los recién casados. Sonriente y sereno, con su clavel blanco en la solapa, el novio asiste a esta escena que tiene por centro el corazón de su recién fundado hogar: su mujer.
No han sido olvidados en día tan especial, aunque no sean de la familia, esos tres hombres un poco toscos, trabajadores de la casa tal vez, dos de ellos con gorra y blusón azul, que vemos sentados en el extremo de la mesa, apresurándose a brindar uno de ellos.
En los rostros de todos trasparece la alegría plácida de la familia honesta, la amabilidad y templanza de una existencia que se asienta en el matrimonio cristiano.
V I D A
ALBERT AUGUSTE FOURIÉ nació en París en 1854. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de París, teniendo por profesores a Jean-Paul Laurens y Jean Gautherin. Comenzó su carrera como escultor, pero tras su primera exposición en 1877, abandonó la escultura para dedicarse a la pintura. Su estilo elegante, marcado por los retratos femeninos en parques y jardines le valieron varias medallas en el Salón de París. Ilustra las obras de Gustave Flaubert, Víctor Hugo, Alphonse Daudet y Guy de Maupassant. Falleció en 1937 en Saint-Germain-en-Laye, municipio a unos 20 kilómetros al oeste de Paris. Está enterrado en el cementerio de Père-Lachaise, en París.