Los más jóvenes, que hemos nacido en la denominada “era digital”, acumulamos continuamente fotografías en la memoria de nuestros smartphones. Los álbumes que nuestros padres conservan con las fotos de su boda o de nuestra primera comunión, los hemos sustituido por las redes sociales, como Facebook o Instagram. Ahora, cabe que nos preguntemos, ¿cómo se llegaba a obtener la imagen hecha con una cámara fotográfica, cuando los archivos digitales aún no existían? Mediante el proceso de revelado, que permitía a través de un sencillo y cuidadoso procedimiento, hacer visible la imagen presente en la película fotográfica. De una forma análoga, salvaguardando las distancias, podemos afirmar que ocurre en la revelación divina. Dios nos ha mostrado su imagen. Podemos decir por lo tanto que la revelación es la manifestación que Dios ha hecho a los hombres de sí mismo y de aquellas otras verdades necesarias o convenientes para alcanzar la salvación.
La revelación es por lo tanto un don divino, pues en su misma raíz está la iniciativa gratuita y libre de Dios, y se realiza con palabras y obras; manifiesta al mismo tiempo una dimensión objetiva (palabra que revela verdad y enseñanzas) y subjetiva (palabra personal que ofrece testimonio de sí e invita al diálogo).
Dios se ha revelado como un Ser personal a través de una historia, la que nos conduce hacia nuestra salvación. A lo largo de ella, ha creado y educado a un pueblo para que fuese custodio de su Palabra dirigida a los hombres y para preparar en él la Encarnación de su Verbo, Jesucristo.
La carta a los Hebreos sintetiza con densidad teológica la historia de la revelación divina: «Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,1-2).
El pueblo de Israel, bajo inspiración y mandato de Dios, a lo largo de los siglos ha puesto por escrito el testimonio de la revelación de Dios en su historia, relacionándola de forma directa con la revelación del único y verdadero Dios hecha a nuestros Padres. A través de la Sagrada Escritura, las palabras de Dios se manifiestan con palabras humanas, hasta asumir, en el Verbo Encarnado, la misma naturaleza humana.
Además de las Escrituras de Israel, acogidas por la Iglesia, y conocidas como Antiguo Testamento, los apóstoles y los primeros discípulos pusieron también por escrito el testimonio de la revelación de Dios realizado plenamente en su Verbo, de cuyo paso por el mundo fueron testigos, y que se encuentra redactado en el llamado Nuevo Testamento.