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Eternidad bienaventurada: Octava y Novena invocación

Escritor

Octava invocación

8. Oh compasivo san Antonio que en la vida has conseguido la liberación de tantos condenados, intercede para que yo sea liberado del mal y pueda vivir en la gracia de Dios.

Como decíamos en la invocación anterior, la última empresa humana de nuestro Santo fue ir hasta la ciudad de Verona (desde Padua) no obstante su salud deficiente, para interceder por la libertad de los ciudadanos paduanos que el tirano Ezelino había llevado prisioneros consigo. Recordemos también el milagro de la bilocación para librar a su padre inocente de una condena injusta.

Pero hay más. En el ayuntamiento de Padua (comune) se encuentra un "estatuto comunal" sobre los deudores insolventes, emitido por el gobierno comunal a instancias de "frate Antonio", nuestro Santo. En aquel tiempo la usura era una plaga que destruía familias y vidas. Los prestamistas ponían unos intereses y unas condiciones tan difíciles que, muy frecuentemente, las personas que recurrían a ellos en busca de una ayuda urgente, después se encontraban incapaces de pagar los intereses y por ello eran despojados de todos los bienes y de la libertad, lo cual más de una vez empujó a la desesperación y al suicidio a los afectados.

San Antonio no sólo predicó incansablemente contra el gran mal de la usura sino que se empeñó en darle soluciones concretas para proteger a los que, por necesidad, caían en manos de los usureros y prueba de ello es el estatuto comunal que defiende la vida y la hacienda de los endeudados. Pero nuestro Santo sabía que no había prisión más cruel que vivir en pecado ni libertad más bella que vivir en gracia de Dios y por ello toda su vida fue una guerra sin cuartel contra el mal del pecado.

Novena invocación

9. Oh santo Taumaturgo, que has tenido el don de reunir a los cuerpos los miembros amputados, no permitas que yo me separe nunca del amor de Dios y de la unidad de la Iglesia.

En esta invocación se hace referencia al famoso milagro del joven que se amputó el pie y que está inmortalizado en los altorrelieves que decoran la capilla del Arca del Santo en su basílica de Padua.

Una de sus primeras biografías nos cuenta que: "un hombre de Padua, llamado Leonardo, una vez confesó al Santo, entre otros pecados de los que se había acusado, que había pegado una patada a su propia madre y con tal violencia que la hizo caer a tierra. El bienaventurado padre Antonio, que detestaba enérgicamente toda maldad, con fervor de espíritu y deplorando, comentó: 'el pie que golpea a la madre o al padre, merecería ser cortado al instante'.

Aquel simple, no habiendo entendido el sentido de tal frase, en el remordimiento por la culpa cometida y por las ásperas palabras del Santo, regresó a prisa a su casa e inmediatamente se amputó el pie.

La noticia de una punición tan severa se difundió como un relámpago por toda la ciudad y llegó al siervo de Dios, el cual, a toda prisa se  fue a buscarlo y, después de una angustiosa oración, acercó la pierna al pie amputado haciendo la señal de la cruz.. ¡Cosa admirable! “Apenas le hubo acercado el pie a la pierna, trazando la señal del Crucificado, pasándole suavemente sus manos sagradas, el pie de aquel hombre quedó injertado en la pierna, tan rápidamente, que inmediatamente se alzó contento y sano y se puso a caminar y a saltar, alabando y enalteciendo a Dios y dando infinitas gracias al bienaventurado Antonio que en manera tan admirable lo había sanado".

Sin embargo, nuestro Santo siempre tuvo por un mal mayor ser echado fuera de la gracia de Dios y de la comunión con la Iglesia de Cristo y como el mayor bien, el recuperar la gracia y el perdón.