LA escena tiene lugar en París, en la “Isla de la Ciudad”, junto al pretil sobre el Sena. Asoma al fondo un lateral del Ayuntamiento, al que llegaríamos cruzando el puente de Notre-Dame.
¿Qué hacen estas niñas en el puesto de la atareada florista? No se sabe bien si juegan, si le ayudan o, quizá, acompañan a un cliente que no vemos. Un tanto pasmado, escudriño
con la mirada, desde la calzada, sin acercarme, la exuberancia y variedad de las flores, su colorido. Respiro hondo cerrando instintivamente los ojos para embeberme del aroma que desprenden. Siento la humedad del agua que rezuma de las macetas y del mismo río... y vuelve mi atención a las niñas, por su balbuceo alegre y despreocupado, enredando en el puesto.
La viveza de colores del cuadro y el sol brillante que lo ilumina nos hablan de la felicidad de la infancia, de su frescura e inocencia. Se siente la tranquilidad de una vida ordenada y plácida.
La escena sería del todo actual si no fuera por un pequeño (gran) detalle: cierta existía en la época se ha evaporado. Viene siendo desplazada por una existencia cada vez más acelerada y hasta irreal, que con frecuencia sólo produce tristeza. ¡Cómo no sentir nostalgia de ese mundo perdido! Reencontrarlo depende de nosotros.
VICTOR GABRIEL GILBERT nació en París en 1847. Practicó como temática casi exclusiva, escenas de género de la vida cotidiana, popular en su primera época, para incluir en la etapa más madura de su carrera, bellas damas de la alta burguesía, familias y niños. El mercado de las flores es uno de los temas favoritos. Aunque su pintura estuvo enmarcada siempre en el realismo, fue influenciado por el impresionismo y por el naturalismo de Millet.
Murió en 1933, siendo enterrado en el cementerio de Montmartre.