Duodécima invocación
12. Oh san Antonio, que has sido apóstol incansable de la Palabra de Dios, haz que yo pueda testimoniar mi fe con la palabra y con el ejemplo.
Todavía una vez más vuelve el tema de la predicación de la Palabra. En muchas de las invocaciones está presente y eso porque san Antonio es, ante todo, un evangelizador, un misionero, un apóstol, en el sentido evangélico de la palabra.
San Antonio es representado con el Niño Jesús en los brazos y muy frecuentemente con el Niño Jesús sobre el libro.
Esto tiene su orígen en su amor por la Palabra de Dios, que la estudió, la aprendió y la predicó con pasión e incansablemente. La que se considera la más antigua representación del Santo, un fresco en una de las columnas del presbiterio de la basílica de Padua, lo presenta con el libro de los evangelios en la mano izquierda, mientras bendice con la derecha, porque además san Antonio decidió seguir con radicalidad y coherencia la regla franciscana que no es otra cosa que seguir el Evangelio. De hecho comienza con estas palabras: "La regla y VIDA de los Hermanos Menores es esta: SEGUIR EL SANTO EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, en obediencia, sin nada propio y en castidad".
La visión del Niño Jesús fue, por decirlo de algún modo, una forma que escogió nuestro Señor para premiar con su presencia, a aquel que tanto había hecho por darlo a conocer. Jesús es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios que toma carne de las entrañas purísimas de María y se hace hombre y habita entre nosotros.
La predicación de san Antonio fue fecunda y confirmada con milagros porque su vida fue coherente. Nuestro Santo predicaba lo que vivía: por eso era creíble.
Por eso pedimos en esta invocación la gracia testimoniar nuestra fe con la palabra, pero sobre todo con el ejemplo, porque la predicación pierde todo prestigio si el predicador dice una cosa, pero hace otra.
De hecho en el Sermón del cuarto domingo de Adviento, san Antonio cita las célebres palabras de san Gregorio Magno: "Penetra más fácilmente en el corazón de los oyentes aquella voz que está acreditada por la vida del que habla, porque lo que exige con la palabra, ayuda a ponerlo en práctica, demostrándolo con el ejemplo".
Y en el mismo sermón dice nuestro Santo: "Los predicadores santos son semejantes a las nubes, porque son ligeros, están libres de las cosas terrenas: hacen llover palabras y tronar amenazas, iluminan con los ejemplos y vuelan por el cielo con las alas de la virtud".
Y continúa nuestro Santo: "Dice el libro del Sirácida: Una pequeña gema de rubí engarzada en el anillo de oro es un concierto de músicos en un banquete alegrado con el vino" (Sir 32, 5-6). Veremos el significado de estas cinco cosas: la pequeña gema, el rubí, el oro, la música y el banquete.
La pequeña gema (en latín gemmula) y el rubí (en latín carbúnculo) son (siempre en latín) dos diminutivos, y lo que están simbolizando es una doble humildad: en la pequeña gema está simblizada la chispa de la fama y en el rubí, que es color de fuego y está simblizada la caridad. Estas dos virtudes adornan el oro, es decir, la sabiduría del predicador; si él está dotado de estas dos virtudes, su predicación será como un concierto de músicos. Cundo la sabiduría exterior concuerda con la delicadeza de la consciencia y la elocuencia corresponde a la conducta de la vida, entonces se tiene el concierto musical".