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El GPS desorientado y la perseverancia en la oración

Escritor

–No sé –le dije– no soy San Antonio. Pero tal vez se esté haciendo el duro, complaciéndose con tus repetidas súplicas. Si lo que le imploras es algo bueno, algo que te conviene... creo que antes o después te lo concederá. ¡No te desanimes, se ve que le gusta escucharte.

–Mira, recuerdo que en cierta ocasión, me llevaba en coche un amigo por unas carreteras perdidas en Portugal, y él tenía su GPS encendido con la voz de una mujer joven dando las indicaciones, pero la máquina estaba completamente equivocada. Debía de estar desactualizada o qué sé yo. No me sentía preocupado, porque sin duda él conocía el camino. Pero al cabo de un rato le dije con cierta impaciencia: ¡Por qué no apagas este cacharro! Nunca me olvidaré de su respuesta. Me miró mientras conducía y me dijo con calma: Es que me gusta su voz…

Creo que eso es lo que hace con nosotros San Antonio. Le gusta escucharnos.

Pero ella insistía en buscar alguna otra explicación. Y pensando un poco, algo me vino a la mente que le oí hace años a un venerable religioso de Padua, el Padre Giorgio Carraro, que en paz descanse:

–San Antonio –me decía– nunca ha traicionado la confianza de sus devotos: curó a los enfermos, consoló a los afligidos, realizó mil maravillas. Sin embargo, para beneficiarse de sus favores, generalmente exigía algo a cambio: estar a bien con Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

Mi amiga guardó cierto silencio… y luego, suspirando profundamente, se despidió levantando la mirada al cielo y exclamando: ¡Ay, San Antonio, San Antonio!