La consideración y contemplación de la naturaleza y del mundo nos hace subir por una concatenación de causas hacia la Causa primera de todo, como enseñan las cinco vías de Santo Tomás de Aquino y otros autores que también han demostrado la existencia de Dios con pruebas “a posteriori”, entre ellos San Agustín y San Anselmo.
La Filosofía nos enseña que la esencia de Dios es el ser. Y así pudieron llegar a conocer la existencia de Dios muchos filósofos antiguos de intención recta: especialmente Sócrates y Platón y sobre todo Aristóteles y los estoicos. La razón nos lleva, pues, a saber que tiene que existir un Ser primero, origen de todo lo que existe.
Pero también la revelación nos dice que Dios es el Ser, tal como Él mismo se manifestó a Moisés: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14). Es cierto que este “Yo soy” puede de algún modo ser también comprendido como “Yo soy el que estoy contigo”, pero al mismo tiempo revela la realidad de Dios como Ser Supremo, como Ser esencial, como Ser cuya esencia es precisamente el Ser. Es el Único Ser necesario, subsistente por Sí mismo, sin principio ni fin pero que es el Principio y el Fin de todas las cosas, Creador de todo y sin el que nada puede existir, el único eterno.
Dios ciertamente se ha revelado al hombre, según lo refleja la Sagrada Escritura: toda ella es la revelación de Dios al hombre. Desde el mismo relato de la Creación y de la relación amistosa con nuestros primeros padres y el pecado original en que éstos incurrieron, Dios se ha revelado al hombre (Gn 1-3). En el Génesis se descubre también en la revelación a los Patriarcas, donde se revela como Yahvé: es decir, “Yo soy”.
Manifestación de Dios
Son preciosos y muy significativos algunos textos del libro del Génesis donde Dios se manifiesta a Abraham:
*Afirmaciones como cuando le dice y le recuerda: “Yo soy tu escudo” (Gn 15,1), “Yo soy el Señor que te saqué de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra” (Gn 15,7), “Yo soy Dios todopoderoso” (Gn 17,1). Ante Dios, Abraham cae rostro en tierra en signo de adoración, reconociendo la magnificencia y trascendencia divinas (Gn 17,3).
*La teofanía de Mambré (Gn 18,1-16), donde tres ángeles u hombres se aparecen a Abraham y dialogan amistosamente con él. La Tradición de la Iglesia ha considerado siempre este episodio como una teofanía (manifestación divina) de la Santísima Trinidad, es decir, de las tres divinas personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así lo plasmó en un precioso icono el monje ruso Andrey Ruvlev (o Rubliov, c. 1360 - c. 1430, del monasterio de la Santísima Trinidad y San Sergio).
*El hermoso diálogo de Abraham con Yahvé intentado interceder por Sodoma y Gomorra ante el pecado nefando de estas ciudades (Gn 18,17-33).
También resulta preciosa la lucha de Jacob con el Ángel de Dios, lo cual supone disputar con Dios mismo, motivo por el que Yahvé le concede el nombre de “Israel” (“el que ha luchado con Dios”, Gn 32,23-33).
Igualmente son de gran importancia y belleza todos los textos relativos a la revelación de Dios a Moisés, sobre todo algunos como el episodio de la zarza ardiendo (Ex 3,1-4,17), donde se presenta como Yahvé, “Yo soy”; “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob” (Ex 3,6); “Yo estoy contigo” y “Yo te envío” (Ex 3,12); “Yo soy el que soy” y “Yo soy” (Ex 3,14). Y la teofanía del Sinaí (Ex 19ss).
Moisés fue pronto tenido como un gran contemplativo en la tradición de la Iglesia: así, San Gregorio de Nisa, uno de los tres grandes Padres Capadocios junto con su hermano San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, elaboró un libro bellísimo que es la Vida de Moisés, cuya primera parte es una exposición histórica sobre el Patriarca siguiendo los datos del Pentateuco, mientras que la segunda es uno de los primeros tratados de mística cristiana.