Él no quiere robots, quiere amigos. Por eso, nos invita a acoger sus dones, pero nunca nos coacciona. Prefiere respetar la libertad que nos ha dado (se ha atado así mismo las manos para obligarnos) y escoge el camino de la relación amistosa. Ya sabe que es más lento… pero también más respetuoso con los ritmos de nuestra naturaleza.
A este respecto, es interesante contemplar lo que sostiene Benedicto XVI sobre el carácter de aventura que tiene la Redención obrada por Cristo. Dicha Redención SIEMPRE remite a la libertad de cada persona.
Es una referencia pedagógica que puede orientarnos a la hora de educar. Veamos: Dios se hace hombre para morir y salvarnos… pero es cada persona quien tiene que decidir (con sus decisiones) querer ser salvada.
Por tanto, la Redención no ha sido decretada, ni impuesta, a la mujer y al hombre. Sino que está cimentada sobre una base frágil, dado que se apoya en la libertad humana. Y tenemos la experiencia personal de que cuando creemos haber conseguido un estatus… todo puede desplomarse y venirse abajo. Por eso –comenta Benedicto XVI– la Redención
la ofrece Dios al hombre para que, libremente, él la acepte. No está obligado a hacerlo. ¡Ese es el carácter de aventura que tiene la Redención!
Y ese –pienso yo– es el carácter de aventura que tiene toda educación que contemple la libertad como eje principal en la actuación con los hijos. Por eso, una educación libre, no da demasiada importancia a los peligros que siempre hay, sino que apunta a metas altas por las que vale la pena vivir y sufrir. Y como los hijos no son robots, (deciden obedecer
o no…) hay que atesorar sacos de paciencia e ilusión que faciliten vivir la aventura de generar ambientes libres para ayudarles en la construcción de su personalidad.