Pero también es evidente que la falta de control de los contenidos en ellas puede ser muy peligroso, especialmente entre los más jóvenes.
Voy a dejar los contenidos de lado para centrarme en las consecuencias de un mal uso o, si se quiere, de su abuso.
Un uso excesivo entre los niños puede tener efectos muy perniciosos en su desarrollo cognitivo, así como en el normal proceso de relacionamiento social. Muchos estudios lo demuestran.
La mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes, usan las Redes Sociales a través de su móvil, provocando otra tara: la dependencia desmedida con los móviles. Si juntamos, pues, el abuso del móvil y de las Redes Sociales tendremos la tormenta perfecta, el cóctel más explosivo del mercado.
He aquí algunos de sus nocivos efectos:
–Nos hace más individualistas y, muchas veces, nos impulsa a tomar decisiones pensando
solamente en nuestro puro interés personal.
–Nos hace vivir en una burbuja, aislándonos de la realidad.
–Nos crea una falsa apariencia de “autoestima”, con los “me gusta”, o los “like” que recibimos cuando ponemos contenidos o fotos.
–Nos dificulta separar el mundo real del virtual.
–Nos crea una adicción y dependencia, pues nos trasmite la sensación de no ser nadie si
no estamos conectados.
Este complicado engranaje, que nos hace sentir con poderes especiales, con la capacidad de poder llegar virtualmente a cualquier confín de la tierra, crea en nosotros mismos la falsa ilusión de tener el control de todo y, por lo tanto, no necesitar de nadie.
Las consecuencias de todas esas pequeñas dosis (o no tan pequeñas) de “droga virtual” contribuyen poderosamente a que nuestras relaciones familiares y sociales se vean seriamente perjudicadas.
Las Redes Sociales no son malas en sí mismas, la bondad o maldad de las mismas dependen del buen uso que hagamos de ellas y, sobre todo, del control de los contenidos y del cumplimiento de una cierta regulación de normas éticas que, a día de hoy, se echan en falta.