Además de las referencias ya indicadas en el artículo anterior al hablar de las profecías de Isaías que se cumplen en Jesucristo y del anuncio que de Él hace el Bautista, así como el propio momento del Bautismo y el descenso del Espíritu Santo sobre Él, podemos encontrar otras menciones explícitas en la vida de Jesús:
* El Espíritu Santo descenderá sobre María para obrar la Encarnación del Hijo de Dios en su seno (Lc 1,35).
* El Espíritu Santo guía a Jesucristo en su misión mesiánica, como se ve desde el momento en que le llena y le conduce al desierto (Mt 4,1; Mc 1,12; Lc 4,1). De allí vuelve
a Galilea con la fuerza del Espíritu Santo (Lc 4,14) y entonces lee públicamente el pasaje de Is 61,1, como ya hemos dicho. Por el Espíritu Santo expulsa a los demonios, señal de
que ha llegado el reino de Dios (Mt 12,28).
* Jesús se llena de alegría en el Espíritu Santo y glorifica al Padre dándole gracias y expresando la unión del Padre y del Hijo (Lc 10,21-22).
* Jesús mismo refiere el origen de la inspiración de los profetas en el Espíritu Santo: así, con respecto a David, que expresa la filiación divina 4del Mesías (Mc 12, 35-37).
Jesús revela el misterio trinitario, que se manifiesta ya en el Bautismo, donde se hacen presentes las tres divinas personas. Lo revela asimismo cuando, antes de ascender a los cielos, ordena bautizar en el nombre de las tres personas (Mt 1,19). Anuncia el envío del Espíritu Santo, el Paráclito, la Promesa del Padre (Lc 24,49). En el diálogo con Nicodemo, enseña que el Espíritu Santo es el principio del nuevo nacimiento, del bautismo que Jesús trae, de agua y de Espíritu Santo (Jn 3,3.5-6); el propio Hijo da el Espíritu Santo con abundancia, porque lo posee en plenitud dado por el Padre (Jn 3,34). Es el don que dará cuando sea glorificado el Hijo, manando de Él ríos de agua viva (Jn 7,37-39).
Jesús había prometido el Espíritu Santo a los apóstoles en el discurso de despedida antes de sufrir la Pasión, y le llama Paráclito y Espíritu de verdad, que el Padre da en nombre del Hijo: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. […] Mora en vosotros y está en vosotros” (Jn 14,16-17). “El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26). Él haría posible que los apóstoles dieran testimonio de Cristo, porque el mismo Espíritu Santo da testimonio de Jesús (Jn 15,26-27).
El Espíritu de la verdad guía hasta la verdad plena, porque habla de lo que oye y comunicará lo que está por venir, y glorificará al Hijo porque recibe de lo suyo y lo anunciará a los discípulos, por la unión del Padre y del Hijo (Jn 16,12-15).
El Espíritu Santo y la Iglesia
Por lo tanto, el Espíritu Santo acompaña, sostiene y alienta a la Iglesia en su caminar en el tiempo que va de la Ascensión de Jesucristo a los cielos hasta la Parusía, su segunda venida gloriosa al final de los tiempos. El Espíritu Santo es quien vivifica y santifica la Iglesia como enviado del Padre y del Hijo (cf. Jn 15,26). Por eso, como expone San Pablo, Él suscita la diversidad de dones, servicios, funciones y carismas para el bien común de la Iglesia, proporcionando a ésta la unidad en la diversidad (1Cor 12,3-13). En una de las apariciones a sus discípulos después de resucitado, Jesús concedió ya el Espíritu Santo a los Apóstoles y, en virtud de ello, les otorga la potestad de perdonar y retener los pecados (Jn 20,22-23). Pero no lo recibirían en plenitud hasta el día de Pentecostés (Hch 2,1-4).