Cada una de las cuatro virtudes brilló en María de tres maneras. Así, la templanza dio lugar a la prudencia de la carne, la modestia de la palabra y humildad de corazón. Ejerció la prudencia cuando se vio perturbada y guardó silencio, Entendió lo que escuchó y respondió a lo que se le propuso. Tuvo la actitud correcta, cuando dio a cada uno lo que le pertenecía. Tomó una actitud de fortaleza en el matrimonio, en la circuncisión del Hijo y en la purificación legal e incluso en el propósito de virginidad. Otras muchas virtudes humanas y divinas las señala el santo portugués a María Santísima. Como franciscano, quiere ver brillar la humildad y la pobreza en la patrona de la Orden de los Hermanos Menores:
La humildad se conserva con la pobreza. La pobreza hace que sus poseedores sean brillantes y ricos. La pobreza abundaba en la tierra, pero el hombre no era consciente de su valor. El Hijo de Dios vino a buscarla para hacerla preciosa con su estima. Cuando María Santísima dio a luz al Hijo de Dios, lo envolvió en los pañales de la dorada pobreza. ¡Oh, el gran oro de la pobreza! Quien no te posee, aunque posea todas las cosas, no posee nada.
En otro contexto, nuestro Doctor alaba la humildad y a la Virgen Pobre, recordando quizás al Poverello de Asís, el pobre por antonomasia, escribiendo ¡Oh, humildad! Si has
conseguido reposar la cabeza de la Divinidad en el vientre de una pobre Virgen, ¿qué puede haber tan alto que no puedas humillar?
Verdaderamente, sólo los pobres enriquecen el mundo. Gran riqueza es la pobreza alegre
(voluntaria), contentarse cada uno con lo que tiene.
San Antonio da a María los títulos más variados. Hemos elegido un poco al azar: Madre de Dios; Inmaculada; Hermana de Cristo; Nuestra Señora; Madre nuestra; Virgen Madre;
Estrella de la mañana; Reina del cielo y de la Tierra; Princesa; Luna Llena; Corredentora; Esposa del Espíritu Santo; Medianera… No encuentra términos para describir a esta Mujer, que está por encima de todos los ángeles y santos, en la cima de la creación, justo después de su Jesús está Ella.
La falta de términos adecuados para describir a María, lleva al doctor evangélico a recurrir a comparaciones y cifras, de las que señalamos: abeja (porque es laboriosa); altar (porque lleva al Hijo de Dios); columna de nube (porque es nuestra luz y guía en nuestra peregrinación, como lo fue para los israelitas en su camino hacia la Tierra Prometida); flor del campo (para darnos alegría); ventana del paraíso (para permitirnos visitar el otro mundo, cerca de Dios); puerta del cielo (como nuestra intercesora); la nueva Eva (para restaurar la gracia para nosotros a través de Jesús su Hijo).
De todas las comparaciones, la más original es sin duda la del elefante. Merece la pena saborear este pasaje único de la literatura de Antonio:
Se dice en Ciencias Naturales (Aristóteles) que el elefante es el más domesticable y más obediente que cualquier otro animal salvaje, acepta bien la instrucción y la comprende. Por eso se enseña a adorar al rey y a poseer buenos sentimientos. Tiene horror al olor de la rata. En este lugar, el elefante significa la Santísima Virgen, que era entre todas las criaturas la más humilde y obediente, y adoraba al Rey engendrado por ella. El ratón significa la lujuria, nacida del placer de la gula. La Santísima Virgen no sólo huye de él, sino también de su olor, e incluso se sorprendió de la entrada del Ángel.
Así, todos los que quieren vivir castamente en Jesucristo deben huir no sólo de la rata de la lujuria, sino también de su olor. Y no es de extrañar que huyan de la fornicación, cuando el elefante, como una gran montaña, hace del ratón.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro
de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Págs. 317-319. Texto publicado en mayo de
1995.)