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Las últimas vacaciones de San Antonio

Después de una Cuaresma muy agotadora en confesiones y predicaciones, entró en un lugar solitario en el mes de mayo de 1231, algo necesitado de descanso. El conde Tiso VI se alegró al enterarse del plan de Antonio de ir a descansar a sus dominios. Leemos en la leyenda de Assidua: “El citado varón tenía un lugar plantado de árboles, donde un nogal se había desarrollado de forma extraña en la formación de su copa: seis brazos que salían de su tronco formaban una corona con las ramas. Un día, el varón de Dios, tras contemplar

su admirable belleza, decidió hacerse una celda. Cuando el noble varón se enteró por los frailes, ató las ramas en forma de cuadrado de un lado a otro y preparó una celda con sus propias manos. En esta celda, el siervo de Dios Antonio se entregó al ejercicio de la contemplación.”

El cronista Rolandino de Padua cuenta cómo Antonio solía entretenerse allí escribiendo, a partir de la meditación del Antiguo y del Nuevo Testamento, cosas útiles para el pueblo cristiano. A petición del obispo de Hostia, Rainaldo de Jenne, según leemos en la Asidua, estaba escribiendo los Sermones Festivos.

En el atardecer del 13 de junio de 1231, cuando era trasladado de Camposampiero a Padua, murió de forma un tanto inesperada en Arcela, asistido por sus hermanos Fr. Vinoto (de la comunidad de Arcela), Rogério y Lucas de Belludi (ambos de la comunidad de Camposampiero).

Por lo tanto, quedó incompleta la serie de sermones festivos, dejando a la mitad el sermón de la fiesta de San Pedro y San Pablo (29 de junio).

Una de las representaciones más difundidas de la iconografía antoniana es la aparición del Niño Jesús, que comenzó a aparecer durante el siglo XV. Tiene su origen en una tradición según la cual, un día que se encontraba en el palacio de su amigo el conde Tiso, éste le vio hablando con el Niño Jesús. Todavía hoy, cuando visitamos la iglesia-convento de Camposampiero, se nos muestra el lugar de la aparición.

Como ocurre a menudo, las vacaciones, que en principio están destinadas a darnos ánimos para un año de intensa actividad, marcan el paso de la vida presente a la eterna. El hombre propone y Dios dispone. Las últimas vacaciones de nuestro San Antonio de Lisboa no le trajeron la vigorización de las formas, sino el fin de su vida terrenal. Un bendito final. De hecho, después de cantar el himno mariano, él mismo confesó al fraile que le asistía: ¡Veo a mi Señor!

Así terminaron las vacaciones y la vida de uno de los santos más venerados del mundo. (Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,

Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro

de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.

Pág. 520. Texto publicado en mayo de 1995.)