Tal vez estamos muy familiarizados con conceptos como Virgen María, salvación, cruz, cielo, infierno y otros muchos, pero el hecho es que en un sinfín de culturas no cuentan con semejante privilegio. Sacramentos que aquí damos por hecho (el bautizo, la primera comunión o la confesión) brillan por su ausencia en países no tan lejanos, o son directamente prohibidos por el régimen que gobierna.
Por eso, en lugares con fuertes raíces cristianas podemos considerarnos extremadamente bienaventurados al haber recibido la palabra de Cristo sin apenas esfuerzo, sin vivir amenazas o peligros por practicar nuestra fe y sin miedo de predicar lo que consideramos la verdad.
Hace pocas semanas, el Papa Francisco beatificó a 7 obispos greco-latinos mártires en Rumanía, quienes fueron asesinados por el régimen comunista entre 1950 y 1970. En lugar de ocultar su fe, aquellos presbíteros fueron arrestados y recluidos en prisiones hasta que murieron, con frecuencia a causa del aislamiento, el frío, el hambre, la enfermedad o la absoluta extenuación. Varios de ellos fueron también torturados durante un buen puñado de años.
El P. Vasile Man, postulador de las causas de beatificación de los obispos y vicerrector del seminario rumano en Roma, explica a raíz de esto: “Necesitamos figuras que nos enseñen firmeza, fidelidad y principios apropiados, que nos enseñen a ser firmes en nuestra posición (…). Cada uno de los venerables obispos podrían haber salido de la cárcel si hubieran abandonado la Iglesia y convertirse en ortodoxos bajo el plan de «unificación de la iglesia» del régimen”.
Es tal vez el principal reto que tenemos los cristianos: intentar ser consecuentes con la fe en nuestro día: en el trabajo, en los momentos de ocio, en las conversaciones con los amigos, en los ratos que pasamos a solas. También lo señala el propio Papa Francisco desde las primeras líneas de la exhortación apostólica “Gaudete et exultate”, sobre el llamado a la santidad actual: “«Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”.
¿Y no es inevitable desalentarse un poco al ver a esos mártires, o a esas personas heroicas? Pues no debería, porque ellos deben estimularnos y motivarnos, inspirarnos para que cada uno descubramos, a su vez, nuestro propio camino. La vida divina, en palabras de san Juan de la Cruz, se comunica a unos en una manera y a otros en otra.