Es difícil vaticinar en qué resultará esta compra (o venta, según se quiera ver) y si realmente supondrá un cambio importante en la vida de los adolescentes y los jóvenes. Lo que está claro es que dos de las aplicaciones más socorridas de la actualidad se han juntado, y si ya existían razones suficientes entre los jóvenes para usar el “smartphone” –Whatsapp sólo se puede emplear en este tipo de dispositivos-, ahora los motivos se volverán necesarios para muchos.
Mi limitada experiencia me permite comprobar que estar tan conectado, tener tantas aplicaciones al alcance de la mano, dificulta la concentración, la reflexión y el tiempo para meditar a solas con Dios, por más que también sea necesario aceptar la creciente aparición del “procesamiento en paralelo” (o sea, atención diversificada) entre los jóvenes. Resulta casi una odisea pasar todo un día estudiando, rezando o viajando sin consultar ni una sola vez el teléfono. La tentación de revisar Twitter, Facebook, Instagram, Pinterest, Snapshot o Whatsapp es muy suculenta.
¿Existe una adicción al teléfono celular? Para algunos expertos, sí, pero en cualquier caso es preciso replantearnos la verdadera utilidad de servicios como Internet, Whatsapp o Facebook, y lograr que adolescentes y jóvenes, el futuro de nuestra sociedad, caigan en la cuenta de que lo virtual no debe reemplazar las relaciones humanas ni perturbar cuestiones decisivas como el ánimo o el sueño; de que la Red debe facilitar el diálogo y la unidad familiar, no limitarla; de que, si bien el “smartphone” es prácticamente una computadora con conexión ininterrumpida a Internet que cargamos a diario en nuestros bolsillos, es bueno dejarlo de lado alguna que otra vez y prescindir de él durante las comidas, los eventos litúrgicos o los ratos de oración; de que la falta de educación en temas digitales sí repercute en realidades como la personalidad; y, en definitiva, de que el adicto a la comunicación corre el riesgo de llegar a la incomunicación.
En el fondo, los problemas con las nuevas tecnologías, los desórdenes en sus múltiples dimensiones, aparecen cuando se invierten las prioridades. Pues bien, en lugar de dejar que “smartphones” e Internet nos succionen los afectos, el tiempo y la compañia, hemos de dominarlos nosotros a ellos, con prudencia y sentido común, apreciándolos como lo que son: una herramienta extremadamente útil.