RESULTA ciertamente chocante observar las contradicciones de nuestro tiempo: se niegan unas realidades y por otro lado se hace uso de ellas para el cine y el entretenimiento o bien se trata de buscar sucedáneos que las sustituyan.
Tal cosa sucede con harta frecuencia con los ángeles: no es raro que, al pronunciar esta palabra, haya personas que muestren una sonrisa escéptica e irónica, con aire de superioridad hacia quien se ha atrevido a hablar de ellos con naturalidad, mirándole con desdén y considerando que es alguien anticuado o ignorante de los últimos descubrimientos científicos.
Pero, a la vez, vemos también en nuestro entorno social el éxito de películas que abordan temas como los propios ángeles o más aún la figura del demonio y la cuestión de los exorcismos, o del anticristo y los últimos tiempos. Y contemplamos cómo el recurso tradicional de la piedad católica a la intercesión de los ángeles es suplantado muchas veces por la búsqueda de médiums espiritistas, adivinos y agoreros del tarot y del zodiaco, brujas, juegos esotéricos que corren el peligro de acabar en el satanismo (como la ouija), etc. Entre los niños, se difunden las aventuras de Harry Potter y las fantasías de magos casi todopoderosos, en no pocas ocasiones con un contenido poco recomendable para su formación personal.
También se observa el éxito incontestable de trilogías de libros y películas de mundos épicos en los que aparecen recreados tipos de las antiguas mitologías grecorromana y germánica, incluso en ocasiones con un laudable sentido cristiano −como es el caso de las obras de Tolkien−, pero que no deberían hacer perder de la perspectiva de la educación católica de los niños y de los jóvenes el hecho de que existe una verdadera realidad espiritual, que forma parte del dogma de nuestra fe y que es de gran importancia para la vida personal del cristiano.
¿Existen, pues los ángeles? ¿Son un mito del pasado, del mundo judeocristiano y hasta con antecedentes en otras religiones? ¿Hemos de pasar página sobre ellos? ¿O debemos, por el contrario, tenerlos presentes en nuestra fe y en la vivencia de ella?
Dogma de fe
Ante todo, para dar una primera respuesta a estas preguntas, hay que afirmar con rotundidad: la existencia de los ángeles es un verdadero dogma de fe de la doctrina católica, expresado en el Credo de los Apóstoles cuando asevera que Dios es “Creador del cielo y de la tierra”, y por el Credo Niceno-Constantinopolitano al añadir “de todo lo visible y lo invisible”. En la alusión al cielo y a lo invisible, está comprendida como verdad de fe la creación y la existencia de los ángeles. Y tan importante es para la Iglesia, que profesa esta verdad al recitar el Credo todos los domingos en la Santa Misa.
El IV Concilio de Letrán (1215) afirma en su profesión de fe que Dios, “al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos r e a l i d a d e s, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo”. El Catecismo Romano publicado a raíz del Concilio de Trento dice que Dios creó, “para que le sirviesen y
asistiesen, la naturaleza espiritual e innumerables ángeles, a los que después enriqueció y hermoseó con el don admirable de su gracia y poderío”. Y el Catecismo de la Iglesia Católica editado bajo Juan Pablo II lo dice claramente: “La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición” (n. 328).