Achille Ratti (1857-1939), casi recién elevado a la dignidad cardenalicia (13 de Junio de 1921), fue elegido Papa el 6 de Febrero de 1922 para suceder a Benedicto XV y adoptó el nombre de Pío XI. Su pontificado iba a durar diecisiete años y cuatro días y conocería una época singularmente compleja para la Historia de la Iglesia y del mundo: el denominado «período de entreguerras», entre la Gran Guerra de 1914-1918 y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945); la fase del siglo XX en la que precisamente, como anunció la Santísima Virgen en Fátima en 1917, se gestó este terrible conflicto. Un período en el que asimismo tuvieron lugar hechos fundamentales como la consolidación del comunismo ateo en Rusia y la extensión de la fuerza del marxismo por otros países, la llegada al poder del fascismo en Italia (Octubre de 1922), la gran crisis económica del 29 y la caída en picado del prestigio de las democracias capitalistas occidentales, la persecución religiosa contra el catolicismo en el México revolucionario y en la II República española (proclamada en Abril de 1931), el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania (Enero de 1933) y la Guerra de España (1936-1939).
Ante todos estos fenómenos, Pío XI profundizó él mismo y promovió la profundización en la Doctrina Social de la Iglesia y manifestó la posición de ella en esas circunstancias concretas. En medio de un mundo que caminaba por sendas muy complicadas y sin hacer caso a las posibles presiones y oposiciones, el Papa expuso con gran libertad el Magisterio de la Iglesia en lo teológico y filosófico, en lo moral y en lo social, lo económico y lo político. Agradeció la actitud conciliadora de Mussolini con respecto a la «cuestión romana» derivada de la unificación italiana, que vio su fin en los Pactos de Letrán (1929), pero no dudó en reprochar al fascismo su tendencia totalitaria en lo tocante a las asociaciones juveniles, educación, etc. Promovió el Concordato con Alemania, que efectivamente firmó en su nombre el entonces cardenal Pacelli, futuro Pío XII, sin por ello dejar de condenar con severidad y gran valentía el racismo neopagano del régimen nacionalsocialista, especialmente con la famosa encíclica Mit brennender Sorge. Mantuvo la condena de la Iglesia al marxismo, que definió como «intrínsecamente perverso» y lo vinculó explícitamente a un origen y un carácter satánicos, y detestó abiertamente la persecución religiosa desencadenada por los revolucionarios mexicanos y por la II República española. Frente al capitalismo liberal y a las tentaciones socialistas y comunistas, promulgó la segunda gran encíclica social de la historia reciente de la Iglesia, Quadragesimo anno (1931), a los cuarenta años de la Rerum novarum de León XIII, en la que entonces y en los años siguientes se quisieron inspirar principalmente los regímenes de Oliveira Salazar en Portugal y de Dollfuss en Austria.
La promulgación de Quas primas
Pero, como gran documento a la vez teológico, social y político, parece que hay que destacar la encíclica Quas primas (11 de diciembre de 1925), sobre la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo, afirmada contundentemente frente al laicismo.
Parece conveniente ofrecer un breve repaso y resumen de la doctrina expuesta por Pío XI en Quas primas para no olvidar una doctrina que, lamentablemente, en los tiempos recientes ha venido siendo ignorada o incluso dejada de lado para evitar complicaciones derivadas de un discurso que hoy es sin duda opuesto a no pocos planteamientos sostenidos en nuestros días. Por eso debemos recalcar que la doctrina expuesta en Quas primas es doctrina del Magisterio de la Iglesia, sustentada sobre la Sagrada Escritura y sobre la Tradición −tal como el propio Papa se esfuerza en probar−, y que ofrece no sólo un valor para el tiempo en que la encíclica fue redactada y promulgada, sino que es actualísima y de contenidos perennes.