Queriendo Dios llamar a todas las naciones al conocimiento de la verdadera Religión, comenzó por esparcir sus bendiciones sobre la familia de un centurión romano, llamado Cornelio, que vivió en Cesárea, ciudad del Mediterráneo. Amado de todos por su probidad, temía a Dios, hacía abundantes limosnas y oraba con frecuencia. Un día, mientras estaba en oración, se le aoareció un ángel y le dijo:
-Tus oraciones y tus limosnas han llegado hasta el trono de Dios. Busca en la ciudad de Jorppe a un tal Simón, llamado Pedro. Él te enseñará lo que has de hacer para salvarte.
Cornelio envió a tres de sus criados a Joppe. Ya se hallaban cerca de la ciudad cuando Dios, por medio de una misteriosa visión, dio a conocer a Pedro que tanto los gentiles como los judíos eran llamados al conocimiento del Evangelio. Por esto el santo Apóstol, desechando todo temor, partió en compañía de aquéllos.
Entrando, el piadoso Cornelio había reunido en su casa a sus parientes y amigos, para recibir con más pompa al santo Apóstol. Apenas le vio, se arrodilló humildemente. Pedro le levantó y entrando en su casa comenzó a instruir en la fe a toda aquella gente.
Aún esteban hablando, cuando bajó visiblemente el Espíritu Santo sobre sus oyentes y les comunicó el don de lenguas, como había sucedido en Jerusalén. Por cuya razón. Pedro los bautizó inmediatamente. Fueron éstos los primeros gentiles que abrazaron la fe.
Simón el mago
Después de los primeros tiempos de la Iglesia, se levantaron hombres para esparcir errores contra el Evangelio. El primero entre éstos fue Simón, de la ciudad de Jitón, apellidado el Mago, por los sortilegios que hacía para engañar a las gentes. Llegado a Samaria se presentó a San Pedro para comprar con dinero la virtud de obrar milagros, como los Apóstoles, la cual le fue negado con horror.
-Tu dinero -le dijo Pedro- sea contigo para tu perdición.
Entonces Simón se declaró enemigo de los cristianos y, mientras vivió, empleó todos los medios que estaban a su alcance para oponerse a los progresos de la fe.
También fue a Roma para engañar al pueblo, sumido en la idolatría. Para demostrar a los romanos que poseía el poder de Dios, dijo que volaría hasta las nubes en presencia de Nerón y de la muchedumbre. En efecto, usando de sortilegio, alcanzó a elevarse a gran altura. Pero San Pedro y San pablo hicieron oración a Dios y los demonios perdieran su fuerza. El desgraciado Simón cayó vertiginosamente estrellándose contra el suelo.
Dispersión de los Apóstoles
Al principio los Apóstoles se estableciron en Judea, pero cuando supieron que Dios quería hacer conocer su santo nombre a todas las naciones, se separaron y fueron a llevar la palabra de vida eterna a los diferentes pueblos de la Tierra.
San Pedro, después de haber permanecido tres años en Jerusalén, fue a establecer su sede en Antioquia, donde los discípulos de Cristo tomaron el nombre de cristianos. De allí pará a Siria, en el Asia Menor, y después de siete años pasó a Roma. San Pedro predicó en la Arabia, en el Asia Menor, en Macedonia y en Grecia, y despúes fue a juntanse con San Pedro en la capital del imperio romano. Santo Tomás anunció a Jesucristo en las Indias; San Juan Evangelista se devuto especialmente en el Asia Menor; San Andrés predicó a los escitas, y fue coronado con el martirio en Patras, ciudad de Grecia; San Felipe pasó al Asia; San Bartolomé a Armenia; San Mateo a la Arabia y después a la Persia; Santiago el Mayor a diversas naciones y llegó a España; San Judas a la Arabia y San Matías a Etiopía.
De esta suerte, antes de que transcurrieran treinta años desde la primera predicación del Evangelio, hecha por San Pedro en Jerusalén, el verdadero Dios tenía adoradores en todas las partes del mundo.