La persecución promovida por el fanatismo de los judíos y el martirio de San Esteban tuvieron efectos inmediatos de gran importancia. Casi toda la comunidad cristiana de Jerusalén se dispersó hacia otros territorios, donde pudo propagar el Evangelio. Por otra parte, San Pedro y los demás apóstoles recorrían los territorios de Judea y de Samaria. Así, vemos a Pedro en Samaria y en Joppe. Del mismo modo, los demás Apóstoles. Eran muchas las conversiones que se realizaban, aun entre los dirigentes y sacerdotes judíos. A ello contribuir de una manera particular el nuevo Apóstol llamado por Cristo, San Pablo.
Vida anterior y conversión de San Pablo
Nacido en Tarso, de Cilicia, y educado como judío que era de la Dispersión, poseía una elevada cultura, pero al mismo tiempo estaba imbuido en todos los prejuicios de los rabinos y fariseos de su tiempo. Deseoso, pues, de desarraigar el nombre de Cristo, se dirigía a Damasco con poderes especiales para prender y castigar a los cristianos. Pero he aquí que, cerca ya de Damasco, mientras iba poseído de sus pensamientos de persecución contra Cristo, se sintió como aturdido por una fuerza superior, cayó al suelo y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo (que éste era su nombre), ¿por qué me persigues?” Él, entonces, sobrecogido de espanto, preguntó: “Señor, ¿qué queréis que haga?”
La virtud de Dios terminó la obra de la conversión de San Pablo. Por efecto de la visión había quedado ciego; pero, conducido a la ciudad, fue recibido por uno de los fugitivos, el jefe de los cristianos, Ananias; recobró la vista, fue bautizado y sintió su alma ilustrada por la luz de la fe. Después de esto, lleno de celo por la fe de Cristo, combatía a los judíos y edificaba cada día más a los creyentes. Todo esto sucedía hacia el año 34. Los tres siguientes los pasó Pablo en el desierto donde fue particularmente ilustrado por Dios en la fe cristiana que había de predicar.
San Pablo, en Tarso y Antioquía
Transcurridos estos tres años, Pablo se dirigió a Tarso, su patria, donde se entregó de lleno al trabajo de evangelización de sus compaisanos. En este trabajo se encontraba, cuando, hacia el año 39 o 40 fue llamado por San Bernabé a Antioquía, donde pasó varios años dedicado por entero al trabajo de predicación. Algo más tarde se dirigió a Jerusalén, donde entregó algunas limosnas, y, vuelto a Antioquia, él y Bernabé recibieron su consagración definitiva por medio de la imposición de manos.
Dispersión de los Apóstoles
Entre tanto, los demás Apóstoles intensificaban más y más la predicación del Evangelio. Todo parecía proceder prósperamente, cuando inesperadamente, hacia el año 41 o 42, estalló una persecución sangrienta. Gracias a la relativa paz de que disfrutaba, la Iglesia había hecho grandes progresos, por lo cual los judíos, en particular los fanáticos fariseos y doctores de la ley, estaban cada día más exacerbados. Entonces, pues, Herodes Agripa. Nieto de Herodes el Grande, quien deseaba congraciarse con los dirigentes judíos, hizo ajusticiar, el año 42 o 43, a Santiago el Mayor (Act, 12, 2 y s.), uno de los Apóstoles más conspicuos, y luego, con la misma intención, puso en la cárcel al jefe de todos, San Pedro. Pero Dios velaba por su Iglesia. Con un milagro estupendo, Pedro fue desatado de sus cadenas, puesto en libertad y conducido a las afueras de la población. Desde allí, nos dice el texto sagrado, se dirigió a “otro lugar” (Act., 12, 17). No mucho después, el año 44, murió desastrosamente el mismo Herodes.
Según una antigua tradición, los Apóstoles se dispersaron entonces por todo el mundo para esparcir la palabra de Dios.