En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
- Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
Él le dijo:
- ¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?
El letrado contestó:
- Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.
Él le dijo:
- Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús:
- ¿Y quién es mi prójimo?
Jesús dijo:
- Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
- Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El letrado contestó:
- El que practicó la misericordia con él.
Díjole Jesús:
- Anda, haz tú lo mismo.
Comentario Papa Francisco
En el Evangelio leemos la parabóla del Buen Samaritano, no habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferentes el camino: no es asunto suyo. No os dejéis robar la esperanza. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no viéramos. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura.