La definición del dogma de la Asunción se debió a las peticiones de los obispos del orbe católico y al hecho de ser “verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos” (Pío XII, Munificentissimus Deus, 16).
La razón teológica sobre la que en primer lugar se apoya el privilegio de la Asunción es la Maternidad divina: a partir de ella, Jesús quiso llevarla consigo al Cielo movido por su piedad filial y por el amor sumo hacia su Madre, así como por la íntima unión y semejanza entre Ellos. Además, la íntegra Virginidad de la Madre de Dios suponía la necesidad de la incorrupción y de la glorificación celestial. Otro motivo de fuerte peso es el triunfo que Ella obtuvo juntamente con Cristo sobre el pecado y la muerte, victoria que la eximía de la ley de la corrupción del sepulcro y de la espera de la resurrección del cuerpo hasta el fin del mundo.
También la Inmaculada Concepción de María se halla estrechamente relacionada con la Asunción y explica este privilegio definido por Pío XII, ya que “con estos dos insignes privilegios concedidos a la Virgen, tanto el alba de su peregrinación sobre la tierra como el ocaso de su vida se iluminaron con destellos de refulgente luz. A la perfecta inocencia de su alma, limpia de cualquier mancha, corresponde de manera conveniente y admirable la más amplia glorificación de su cuerpo virginal” (encíclica Fulgens Corona, 1953, n. 8). La Asunción es también un complemento de la plenitud de gracia y una bendición singular concedida a María, en oposición a la maldición de Eva, según lo entendieron algunos doctores escolásticos. En la Madre de Dios brillaba la victoria de la “nueva Eva”, asociada al “nuevo Adán”.
La perfección personal de María y su plena felicidad requerían también la unión del alma y del cuerpo en la gloria celestial, dado que la persona es realmente el compuesto de los dos elementos y no sólo el alma. Y es conveniente y razonable, como enseñaba San Bernardino de Siena, que se encuentren ya glorificados en el Cielo el alma y el cuerpo, lo mismo de la mujer que del hombre; este mismo predicador franciscano incidía en el hecho de que en la Tierra no existe ninguna reliquia del cuerpo de Nuestra Señora y que la Iglesia.
Como Pío XII indicó, la Asunción es el broche de oro y la “suprema coronación” de todos los privilegios marianos, pero singularmente el de la Inmaculada Concepción. Es efecto de la Maternidad divina y virginal, de la integridad virginal del cuerpo de María y de su dignidad propia, y es también consecuencia de su título de Esposa elegida por el Padre y del de Reina del Cielo coronada por Él.
Frutos de la definición
La definición de la Asunción de María no sólo llenó de alegría a Pío XII y al pueblo cristiano, sino que también produjo gran esperanza en toda una serie de buenos frutos, como el mismo Papa afirmó. Ante todo, el primero de los frutos anhelados era la gloria de Dios y el honor de la persona del Hijo, por su amor filial hacia María y por la íntima unión entre ambos. Por supuesto, también iría en aumento de la gloria de la propia Virgen Santísima y vendría, como consecuencia, un aumento en la devoción mariana. Agradando de este modo a Dios y a Santa María, el Papa abrigaba el deseo y la esperanza de que se produjera una lluvia de numerosas gracias y favores espirituales sobre la Iglesia y sobre todos los hombres, siendo éstos acogidos por la Virgen en sus maternales brazos para avanzar en el camino de la santidad. El Papa estaba seguro de que la definición traería muchas ventajas para la religión y que sería muy útil para los pecadores y los extraviados en la fe, porque María atraería de nuevo a muchos de ellos. Confiaba en que supondría una mejora en las costumbres y una regeneración de vida con las actividades cristianas, que ayudase a superar el espíritu materialista de la época. Le parecía importante también porque el privilegio manifiesta el valor de la vida humana entregada a cumplir con la voluntad divina y con la caridad, a la par que alimenta nuestro deseo de unirnos al Cuerpo Místico de Cristo y promueve un robustecimiento de la fe en la resurrección de los cuerpos. En fin, Pío XII confiaba en que proyectaría paz y bienestar sobre el mundo, así como auxilio sobre la Iglesia Católica.