Su padre Gandulfo se opuso, no podía imaginarse a su primogénito como un monje; anhelaba que él siguiera sus huellas, pero a causa de ésto, Anselmo sufrió tanto, que se enfermó gravemente, aunque por este motivo, su padre no se conmovió. Tras recuperar la salud, el joven pareció consentir el deseo paterno. Se adaptó a la vida mundana, y hasta pareció bien dispuesto a las fáciles ocasiones de placeres que le proporcionaba su rango; pero en su corazón seguía intacta la antigua llamada de Dios. Por lo que pronto abandonó la casa paterna, pasó a Francia y luego a Bec, en Normandía, en cuya famosa abadía daba las clases el célebre maestro de teología, el monje Fray Lanfranco. Anselmo se dedicó de lleno al estudio, siguiendo fielmente las huellas de su maestro, de quien fue sucesor como abad, siendo aún muy joven. Se convirtió entonces en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica.
LLegó a ser un gran teólogo y su austeridad ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: "Haz, te lo ruego, Señor –escribía-, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia". Sus dos obras más conocidas son el Monologio, o modo de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención, provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín. Fue elevado a la dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I.
Los contrastes, al principio velados, se convirtieron en abierta lucha más tarde, hasta tal punto que sufrió dos destierros. Fue a Roma no sólo para pedir que se reconocieran sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Esta muestra de virtud suya terminó desarmando a sus opositores. Murió en Canterbury el 21 de Abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.