San Antonio de Padua es uno de los santos más populares, sin embargo, su vida es muy poco conocida, ya que ha quedado como oculta detrás de unas cuantas devociones muy difundidas que, aunque buenas, impiden ver la grandeza de su humildad y la eficacia decisiva de su presencia en los primerísimos tiempos de la Orden franciscana.
Dobraczynski nos describe las circunstancias que acompañaron a Antonio cuando, después de haber vivido muchos años sumergido en dudas e inquietudes, llegó a Italia para tomar parte en el Capítulo de Porciúncula.
Se encontró allí perplejo e indeciso: él, gran sabio y amante de la ciencia, tenía que presentarse ante el fundador de la Orden, que tenía fama de oponerse a que los hermanos se dedicaran a cultivar la ciencia, incluso teológica. Sin embargo, aquel encuentro no tuvo nada de violento. Antonio fue encargado de dirigir y supervisar la formación intelectual dentro de la Orden. Y, después de la muerte de San Francisco -que llamaba cariñosamente a Antonio "mi obispo"-, fue Antonio quien tuvo el papel decisivo de dar un impulso a la orientación hacia el futuro de la Orden, aunque él personalmente no desempeñara ningún cargo dentro de su jerarquía.
San Antonio ocupa un lugar privilegiado entre los grandes predicadores del siglo XIII. Las crónicas antiguas nos hablan no solamente de los diferentes milagros hechos por él, sino también de la influencia prodigiosa de sus palabras, lo cual se debe en gran parte a la fuerte personalidad del santo y a su emocionante humildad.