Con ese martirio, y con el ejemplo y la palabra de San Sisenando, en ningún momento temió echar en cara a los príncipes y dignatarios sarracenos la falsedad de su culto, finalmente, él fue llevado también al patíbulo para morir el 20 de Julio del 851 confesándose a Cristo, nuestro Señor, para confirmar ante el pueblo y los príncipes, que Jesús, era y es el Verdadero Dios.
Su cuerpo fue dejado a los animales, y posteriormente algunos cristianos consiguieron rescatarle y darle una digna sepultura en la Iglesia de San Zoilo, donde San Pablo de Córdoba, prestó todos sus servicios.