De San Urbano, como de tantos santos de la época -incluso pontífices- sabemos realmente poco, pero la historia tejida en torno a su culto es de lo más pintoresca. Podemos asomarnos a ella comparando la redacción del «elogio» en el Martirologio Romano anterior y en el actual. El primero decía: «En Roma, en la Vía Nomentana, el nacimiento para el cielo del bienaventurado Urbano, Papa y mártir, por cuyas exhortaciones y enseñanzas muchas personas, entre las que se contaban Tiburcio y Valeriano, recibieron la fe de Cristo y sufrieron el martirio por ella. Dicho Pontífice tuvo que sufrir mucho durante la persecución de Alejandro Severo y, finalmente, recibió la corona del martirio por la espada»
mientras que en el Martirologio actual dice: «En Roma y en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, san Urbano I, papa, que gobernó fielmente la Iglesia Romana durante ocho años, tras el martirio de san Calixto.»
¿Qué ha cambiado? pues, menos Roma y que fue Papa, todo: no está enterrado en la vía Nomentana sino en la vía Apia, en el cementerio de Calixto, no tiene relación con Tiburcio y Valeriano (esposo y cuñado de Santa Cecilia, respectivamente), no fue mártir, y lo que es más: el reinado de Alejandro Severo fue un período de paz para la Iglesia, y, aunque no cambió el status legal de los cristianos, eran de hecho favorecidos por el Emperador y su madre, Julia Mamea, quien era incluso amiga de Orígenes, y lo hizo llamar a Antioquía.
¿Qué es entonces lo que ha pasado aquí? Indudablemente los períodos de paz producen menos noticias que los de guerra y persecución; y podemos tener en esto mismo un ejemplo: el cisma que se había creado con Hipólito en época del predecesor de Urbano, Calixto, se solucionó con el sucesor de Urbano, Ponciano; sabemos de Hipólito bajo Calixto y de Hipólito bajo Ponciano, ambos períodos de conflicto, pero de Hipólito bajo Urbano, nada sabemos, sino lo que podemos imaginar: que fue éste el momento en que Hipólito produjo su obra (los «Philosophúmena») donde atacaba al papa Calixto, pero que Urbano no parece haber adherido a las tesis rigoristas de Hipólito, ni de hecho cambió la política religiosa de los dos anteriores papas, que opinaban que había que usar de misericordia con los que en las persecuciones habían caído en apostasía, pero que luego querían volver a ser admitidos por la Iglesia (cuestión de los «relapsi»).
En el siglo XIX el arqueólogo de las catacumbas cristianas, De Rossi, entre otros impactantes hallazgos, encontró la tumba de san Urbano Papa en el cementerio Calixtino, y se pudo ver con claridad, que la tumba del tal Urbano mártir que se conocía en la vía Nomentana corresponde en realidad a otro Urbano, éste sí, mártir, de época desconocida. Como -basados únicamente en que eran tocayos- se creía que había sido la tumba de Urbano I, papa, y se sabía que su pontificado había sido con certeza en tiempos de Alejandro Severo, los historiadores anteriores atribuyeron al pobre Emperador -¡que encima protegió al cristianismo!- una persecución que nunca tuvo lugar. La relación de Urbano I con las «Actas» de santa Cecilia es puramente legendaria, como lo son las mismas actas, problema que ya está tratado en la entrada correspondiente a esta santa.
También se le atribuyó a Urbano I durante algunos siglos una «Epístola a todos los cristianos», que tenía como uno de sus puntos principales fundamentar el derecho de la Iglesia a la propiedad privada. El escrito es una falsificación medieval que nada tiene que ver con el pontificado de Urbano I, y naturalmente, no pertenece al magisterio papal; pero algunos sitios de internet -sin ninguna clase de fundamento- la siguen incluyendo entre las obras de este papa, y sacando de ella, por tanto, conclusiones doctrinales.
Urbano gobernó a la Iglesia desde el 222 o 223 hasta el 230; la declaración que también se encuentra en algunas hagiografías de que «mandó hacer vasos sagrados de plata para las iglesias de Roma» también se basa, al decir de las mejores autoridades, en invenciones posteriores que no se apoyan en ningún documento que conozcamos.