Es el mejor de los comienzos posibles para el santoral. Abrir el año con la solemnidad de la Maternidad divina de María es el mejor principio. Ella está a la cabeza de todos los Santos, es la mayor, la llena de Gracia por la bondad, sabiduría, amor y poder de Dios; Ella es el culmen de toda posible fidelidad a Dios, amor humano en plenitud.
La fiesta mariana más antigua que se conoce en Occidente es la de "María Madre de Dios". Ya en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa, en tiempos de las persecuciones, hay pinturas con este nombre: "María, Madre de Dios".
El resumen de su vida entre nosotros es breve y humilde: vive en Nazaret, allá en Galilea, donde concibió por obra del Espíritu Santo a Jesús y se desposó con José. Por el edicto del César, se traslada a Belén la cuna de los mayores, para empadronarse y estar incluida en el censo junto con su esposo. Por entonces nació el Salvador, su hijo es el Verbo encarnado, la segunda Persona de Dios que ha tomado carne y alma humana, es peculiar. Al tiempo que es Dios, es hombre. Huyó a Egipto para buscar refugio, porque Herodes pretendía matar al Niño después de la visita de los magos. Vuelta la normalidad con la muerte de Herodes, se produce el regreso y la familia se instala en Nazaret.
En la etapa de la vida pública de Jesús, María aparece siguiendo los movimientos de su hijo con frecuencia. Dio a su hijo lo que cualquier madre da: el cuerpo, que en su caso era por concepción milagrosa y virginal y el alma humana, espiritual e inmortal.
María es madre, amor, servicio, fidelidad, alegría, santidad, pureza. Los Santos muy antiguos dicen que en Oriente y Occidente, el nombre más generalizado con el que los cristianos llamaban a la Virgen era el de "María, Madre de Dios". El título "Madre de Dios" es el principal y el más importante de la Virgen María, y de él dependen todos los demás títulos y cualidades y privilegios que Ella tiene.