Pero no sólo la actitud es importante, sino también la capacidad para penetrar con comprensión en el mundo de la otra persona.
La empatía sensibiliza para captar los tonos e inflexiones de la voz, las posiciones corporales, los gestos y las expresiones faciales. Pero para empatizar se requiere respirar paz interior, ya que para atender al mundo de los hijos se requiere que uno, una, tenga en orden sus propios sentimientos para, poder así, ayudar con su atención a los de cada hijo.
Hay un error bastante extendido: no prestar atención a los sentimientos negativos de los hijos creyendo que obviándolos desaparecerán. Esta opinión causa estragos en la autoestima de los hijos dado que es una manera de decirles que una parte real de su ser, los sentimientos negativos, no se acepta y es motivo de discordia o indiferencia. Esto les lleva a sentirse rechazados sin saber qué hacer cada vez que tienen esos sentimientos y, por eso, tratan de ocultarlos. Con ello asientan en su conciencia la idea de que los sentimientos negativos que tienen, es porque son malas personas, de ahí la actitud de rechazo que notan en sus padres.
Prestar atención a los sentimientos de los hijos significa permitirles que experimenten sus emociones sin que se les juzgue. El sentir no es libre. Los sentimientos de amor, miedo, rabia, celos, etc. surgen en nosotros sin “pedirnos permiso”. Una vez que el sentimiento ha aparecido, hay que contemplarlo y aprender a aceptarlo o rechazarlo, mediante la voluntad, según se vea si con él se mejora o empeora como persona.
Sólo cuando se dedica atención a los sentimientos de los hijos, unos padres pueden enseñar a estos a manejarlos, pero esto requiere evitar hacer juicios y transmitir confianza para que estos cuenten lo que les pasa. Tampoco se puede perder de vista que el tiempo juega un papel necesario para que los hijos aprendan a convivir con esos sentimientos que tienen que aceptar porque forman parte de su ser.