Sus páginas, están cargadas de pasión y, a veces, de impetuosidad despiadada y desbordante. La humanidad, a la que se dirige con amor apasiona do, emerge de sus escritos con palpitante vigor, con sus vicios y Convento de San Antonio de los Olivares, Coímbra (Portugal) Milagro de la bilocación durante uno de sus sermones miserias. Obispos y priores, canónigos y abades, sacerdotes y frailes, son el blanco de sus flechas; les denuncia sus lujos, ambiciones, avaricias y lujurias. Les des cribe sin tapujos. Y, para hacerse entender mejor, se sirve de semejanzas llenas de fantasía. El avaro es un escarabajo; el ambicioso se comporta como el perro cuando se le arroja un hueso; el hipócrita es un ladrón nocturno; el prelado negociante es un lobo; el lujurioso es un oso; el diablo tentador es una araña hábil y paciente; la hiena es el hereje, un erizo que minimiza y justifica los propios pecados; el soberbio es el águila, que al volar más alto que las demás aves, por sus alas de arrogancia y vanagloria, desea ser tenido por superior a todos. En otro sermón, comentando al profeta Isaías (Is. 34,13), escribe: En el dragón está significada la malicia venenosa del odio y la denigración; en el avestruz la mentira y la hipocresía; en el asno la lujuria y la pereza; en el toro la soberbia; en los velludos la avaricia y la usura, que mutuamente se convidan, pues la avaricia llama a la usura y la usura a la avaricia; en el chacal la perfidia herética; en el erizo la excusa artera del pecador. Apasionado y concreto Fiel discípulo de Agustín, Antonio es apasionado y concreto, nunca un puro y frío especulador. Parte siempre de la observación de la naturaleza y del hombre en su situación concreta. Antonio nunca escribió libros, si no únicamente sermones o, más bien, una síntesis de su predicación, con la que sólo pretende in dicar al hombre la vía para acercarse a Dios, moviendo todos sus sentidos y sentimientos para que se ponga en camino hacia Él des de el estado en que se encuentre. No hace ciencia, sino que comunica sabiduría para suscitar en los hombres la vivencia cristiana. Sabe teología, y mucha, pero no le interesa ser teólogo, sino apóstol que busca la conversión al Evangelio, la conversión a Cristo. Como Doctor evangélico de la Iglesia con sus escritos nos ayuda a escrutar las Escrituras para encontrarnos en ellas con Cristo, pues “ignorar las Escrituras es desconocer a Cristo”. Como recuerda Juan Pablo II “la Escritura era para él la tierra fecunda, que engendra la fe, fundamenta la moral y atrae al alma con su dulzura”. Amante de la liturgia Amante, además, de la liturgia desde sus tiempos en los conventos agustinos de San Vicente de Santa Cruz, construye sus Sermones concordando las pa labras de ambos Testamentos usadas en la liturgia dominical de la Iglesia, con los otros textos bíblicos de la liturgia. La liturgia del día le ofrece el punto de partida para presentar el sermón como comentario de la Biblia y como iluminación concreta de la vida. Palabra, liturgia y vida cristiana forman un trípode inseparable en todos los Sermones. La palabra proclamada y celebrada es la palabra que ilumina y sostiene la vida de los cristianos. No cabe el divorcio entre la fe, la celebración y la vida. Como dice él mismo: Jesucristo, que nos congregó con sus brazos extendidos en la cruz, nos apacienta cada día con la doctrina del Evangelio y con los sacramentos de la Iglesia. Su forma de interpretar el Antiguo Testamento Antonio hace un amplio uso del Antiguo Testamento: unas 3700 citas. Pero lee el Antiguo Testamento con la clave y el sentido espiritual que le proporciona el Nuevo, del que hay en los Sermones otras 2400 citas. El Nuevo Testamento estaba ya en el Antiguo; en el Nuevo se esclarece, pues, el Antiguo. Como dice Ezequiel: La rueda estaba en la rueda (Ez 1,16), que quiere decir, el Nuevo Testamento estaba ya en el Antiguo; y la cortina arrastra la cortina (Ex 26,3), es de cir, en el Nuevo Testamento se es clarece el Antiguo. La red de citas, que traza en torno al Evangelio del día, ofrece una concordancia de toda la Escritura, que se explica por sí misma, y se despliega hasta ofrecer el sentido pleno y último de la Palabra de Dios, hecha presente y viva en la celebración litúrgica, arrastran do a los fieles a la conversión del amor a sí mismos al amor a Dios y al prójimo. En definitiva, lo que busca Antonio es dar muerte al hombre de pecado para formar el hombre interior, el hombre nuevo, que reproduce en su vida el Evangelio o, mejor, la imagen de Jesucristo, que nos ha dibujado el Evangelio. n
Extraído del artículo “San Antonio
de Padua, Arca del testamento” del Rvdo.
P. Emiliano Jiménez Hernández (1941 -2007)