En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón.
La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella.
Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:
- Tú eres el Hijo de Dios.
Los increpaba y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario.
La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero él les dijo:
- También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios; para eso me han enviado.
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
Usted está aquí
También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios; para eso me han enviado
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,38-44
Evangelio del día — 31/08/2016