La grisácea claridad de este día invernal se desvanece pronto en la lejanía. Antes que cierre la noche, las luces de los escaparates iluminan la calle, creando una atmósfera cálida y acogedora. El rojizo resplandor de los farolillos se refleja en las ropas y el rostro de los transeúntes. Van de un lado a otro, se paran frente vitrinas y puestos. Forman pequeños o grandes corrillos, y comentan con ilusión cuanto ven.Los vendedores ambulantes se afanan en su tarea. La nieve cubre el pavimento adoquinado. Un mozo de reparto tira de su rudimentario trineo, en el que transporta una cesta con botellas. Un par de chiquillos merodean al paso de un pastelero que avanza decidido, equilibrando con garbo la preciosa mercancía que pende en los extremos de ese artesanal yugo: probablemente venda los æbleskiver, esa especie de bollitos redondos untados en mermelada, las galletas de jengibre, o buñuelos, tan típicos de la Navidad danesa.
Abrigada con un chal de lana negro, con el que se cubre graciosamente desde la cabeza, una niña vende las tradicionales muñecas de trapo y los soldaditos de hojalata planos con los que se adornan ventanas y chimeneas en las casas. Completa su oferta con nubes de azúcar.
Los caballeros usan abrigos largos y sombrero de copa o bombín. Hacia nosotros se dirige, ya de retirada a casa, una señorita con varios paquetes en la mano, bien envueltos, recién comprados.
Reina gran animación en esta calle de Copenhague. Es la alegría de la Navidad: el Niño Dios ha nacido. Afloran los sentimientos de bondad, la inclinación al perdón, el deseo de compartir y el gusto de ofrecer regalos como señal de ese afecto.
Todos piensan en la Nochebuena, el momento culminante las celebraciones navideñas. Las familias se reúnen al calor de una mesa bien servida, en la que no faltan las carnes, los pescados y una importante variedad de postres. Tras la cena, se encienden velas en el árbol de Navidad, se cantan villancicos junto y se cuentan historias. La paz reina en las casas.
Al día siguiente, a los pies del árbol, habrá un montón de paquetes con lazos, de todos los tamaños, bien envueltos y cada uno con un nombre escrito en un letrerito. Nuevamente alborozo, agradecimientos y abrazos. Es Navidad.
Erik Henningsen fue un destacado pintor danés conocido por sus obras costumbristas y de realismo social. Nació en Copenhague en 1855. Hijo de un tendero y hermano menor de Frants Henningsen, que también era pintor. Mostró un talento artístico desde muy joven, comenzando a trabajar con el pintor decorativo A. Hellesen. También tomó lecciones de dibujo de forma privada con Christian Nielsen y fue admitido en la Real Academia Danesa de Bellas Artes en 1873. Se graduó en 1877 y ganó varios premios y distinciones, incluida la Medalla Anual de la Academia en 1887 y 1890, el Premio Ancher en 1889, y en 1892 una beca de viaje de 100 coronas danesas. Formó parte del grupo Bogstaveligheden, un foro de defensa de los ideales humanitarios y el debate.
Sus viajes lo llevaron a Alemania, Italia, Francia y Países Bajos. Hacia el cambio de siglo, Henningsen pintó principalmente escenas históricas. Un ejemplo es su mural en el salón de banquetes del edificio principal de la Universidad de Copenhague y en las dos primeras décadas del siglo XX obras de género de la vida de la burguesía. También trabajó como ilustrador, tanto para la revista semanal Ude og Hjemme como para libros como Pietro Krohns Peters Jul (1914).
En 1900, las cervecerías Tuborg convocaron un concurso para un "cartel publicitario decorativo" con motivo de su 25 aniversario. El primer premio, dotado con una suma de 10.000 coronas danesas, se lo llevó Jens Ferdinand Willumsen, pero finalmente fue el trabajo de Henningsen, conocido como The Thirsty Man, el que puso en producción la cervecería. Desde entonces ha adquirido un estatus icónico y se ha convertido en uno de los carteles más inmediatamente reconocibles en Dinamarca.
Falleció el 28 de noviembre de 1930 en Gentofte, Dinamarca, dejando una huella significativa en la escena artística danesa y europea de su época.