En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesárea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
- ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
- ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Comentario del Papa Francisco
Cuando Jesús escucha la profesión de fe franca de Simón, lo llama “roca”, y manifiesta la intención su Iglesia sobre esta fe. Esto que sucedió de modo único en San Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo encuentra el Señor nuestro corazón? ¿Un corazón firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, desconfiado, incrédulo? Nos hará bien hoy pensar en esto. Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe no digo perfecta, sino sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros las piedras vivas con la cuales construir su comunidad.