La fe cristiana, sin embargo, nos anima a repensar los momentos del año litúrgico con ánimo esperanzado. Es más, me atrevería a decir que con mentalidad de niños. Ellos, capaces de ver una película, una y mil veces seguidas, como si cada visionado fuera un auténtico estreno, son el perfecto ejemplo de que siempre se puede volver sobre un hecho, una idea o una creencia y sacarle un beneficio diferente cada vez. De la misma manera que el “te quiero” de una madre a su hijo -o viceversa- puede tener un valor único y excepcional, con independencia de que sea la quincuagésima ocasión que se lo dice a la semana, así pasa con tantos eventos que conmemoramos y celebramos.
Las cosas importantes pueden y deben ser reconsideradas, porque siempre se puede extraer algo de ellas.
La Navidad habla del Hijo de Dios viniendo al mundo hace 2000 años. Y lo hizo después haberlo anunciado durante muchos siglos a través de los profetas. No es sólo un bonito cuento que justifica la existencia de dos semanas nostálgicas y familiares al año, sino que nos traslada a un hecho mayúsculo… al pilar de nuestra fe. Porque si Cristo no hubiera nacido en Belén, tampoco habría predicado nada, y mucho menos habría muerto por nosotros. Su Muerte y Resurrección no se entienden sin ese Nacimiento que posibilitó ambas.
Comprender eso lleva, enseguida, a reconsiderar nuestro nivel de agradecimiento. La Navidad, creo, no debería consistir en pedir y pedir cosas a Jesús, sino que es el momento idóneo para ser agradecidos: para reconocer cuánto le debemos a ese Niño Dios tan indefenso y humilde, dispuesto a salvarnos, desnudo y casi olvidado, desde el agujero recóndito de una gruta de Belén.
San Juan Pablo II resumió muy bien en una Audiencia General de 1978 cuál debería ser
nuestra actitud en estas fechas llenas de distracciones: “Dios ha venido al mundo para que lo puedan encontrar los hombres y mujeres; los que lo buscan… al igual que lo encontraron los pastores en la gruta de Belén. Jesús ha venido al mundo para revelar toda la dignidad y nobleza de la búsqueda de Dios, que es la necesidad más profunda del alma humana, y para salir al encuentro de esa
búsqueda”.