Aún se hallaban en el cenáculo reunidos en oración los apóstoles y demás fieles, cuando, a eso de las nueve de la mañana, se oyó de repente un ruido como de viento impetuoso, al mismo tiempo aparecieron algunas llamas como de lenguas de fuego que visiblemente fueron a posarse sobre la cabeza de cada uno de los que estaban congregados en aquel sagrado recinto. Todos quedaron llenos de los dones del Espíritu Santo, de suerte que empezaron a hablar muchas lenguas que antes no conocían, de las que se valieron para publicar las maravillas que en ellos se habían obrado y hacer conocer el Evangelio.
Primeros sermones de San Pablo
Por aquel tiempo, un número extraordinario de judíos había acudido a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pentecostés. Al ruido del prodigio que se había obrado, acudieron muchos, llevados de la curiosidad. San Pedro, en calidad de Príncipe de los Apóstoles y Cabeza de la Iglesia, se puso a predicar inmediatamente el Evangelio y a dar a conocer a Jesús crucificado y resucitado. Al oir las plabras de San Pedro, quedaron todos sobremanera admirados y no sabían qué decir, porque siendo aquella gente de diversas naciones, cada uno de oía hablar en su propio idioma. Este primer sermón, acompañado de la gracia de Dios, convirtió tres mil personas a Jesucristo.
Hacia el oscurecer, San Pedro y San Juan iban al templo a hacer oración. Cuando llegaron a la puerta hallaron a un pobre, cojo de nacimiento, el cual, no pudiendo servirse de sus piernas, se hacía llevar todos los días a aquel lugar, para pedir limosna a los que entraban en el Templo. Compadecido San Pedro de él, le dijo: -No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy. En el nombre de Jesús, levántate y anda.
El cojo se levantó, sintió fortalecidas sus piernas, y lleno de gozo, empezó a caminar. Entonces predicó San Pedro un segundo sermón, con tanta eficaci, que creyeron en Jesucristo otras cinco mil personas. Así, la Iglesia de Jesucristo, en pocos días, contaba ya en su seno más de ocho mil fieles (Año de Cristo 33).
Vida de los primeros cristianos
Era maravilloso el tenor de vida de aquellos primeros cristianos. Vivían de tal modo unidos entre sí que, según la expresión de la Sagrada Escritura, formaban una sola alma y un solo corazón. No había pobres entre ellos, porque los que poseían casas o tierras, generalmente las vendían y llevaban su importe a los Apóstoles, para que lo distribuyeran entre los que tenían necesidad. Oían con mucha atención la palabra de Dios, perseveraban en la oración y aistían con frecuencia a la fracción del pan, esto es, a la recepción de la Santa Eucaristía.
De esta suerte aquellos hombres que poca antes eran intemperante4s, ambiciosos, avaros, voluptuosos, tras ser iluminados por las verdaderas del Evangelio y fortalecidos por la divina gracia, se tomaban manos y humildes de corazón, castos y mortificados, desprendidos de los bienes de la tierra y prontos a dar la vida por el nombre de Jesucristo.