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Verdadero lirio de pureza: quinta invocación

Escritor

Quinta invocación

5. Oh, san Antonio, verdadero lirio de pureza, no permitas que mi alma quede manchada por el pecado, antes bien, obtenme de Dios la pureza del corazón.

"Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios" (Mt 5, 8). Es la bienaventuranza que nos promete la visión de Dios, que nos asegura el fin último para el que hemos sido creados: ¡Ver a Dios!, conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida para después gozarlo eternamente en el cielo.

San Antonio fue puro de corazón y vivió conscientemente la realidad misteriosa de todo bautizado: ser templo del Espíritu Santo.

Pero, ¿En qué consiste la pureza, cuál es su causa u origen? "Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado"  dijo Jesús en la última cena. (Jn 15, 3)

Clara Lubich, en su mensual "Palabra de vida" de noviembre de 1999, nos da una luz al respecto: "La Palabra de Jesús no es como las palabras humanas. En ella está Cristo presente, como está presente de otro modo, en la Eucaristía. Por ella Cristo entra en nosotros y mientras la dejamos actuar, nos hace libres del pecado y puros de corazón.

Por Tanto, la pureza es fruto de la Palabra vivida, de todas esas Palabras de Jesús que nos liberan de los así llamados apegos en los que necesariamente se cae si no se tiene el corazón en Dios y en sus enseñanzas. Éstos pueden referirse a las cosas, a las criaturas, a nosotros mismos, pero si el corazón apunta sólo a Dios, todo el resto cae.

Para tener éxito en esta empresa, puede ser útil durante el día repetir a Jesús, a Dios, esa invocación del salmo que dice: “Eres tú, Señor, mi único bien”. Intentemos repetirlo a menudo, y sobre todo, cuando los distintos apegos quisieran arrastrar nuestro corazón hacia aquellas imágenes, sentimientos y pasiones que pueden ofuscar la visión del bien y quitarnos la libertad.

¿Nos sentimos impulsados a mirar ciertos carteles publicitarios, a ver ciertos programas de televisión? No, digámosle: “Eres tú, Señor, mi único bien” y será éste el primer paso que nos hará salir de nosotros mismos, volviéndole a declarar nuestro amor a Dios. Así habremos ganado en pureza.

¿Advertimos a veces que una persona o una actividad se interponen como un obstáculo entre nosotros y Dios y empañan nuestra relación con Él? Es el momento de repetirle: “Eres tú, Señor, mi único bien”. Esto nos ayudará a purificar nuestras intenciones y a volver a encontrar la libertad interior.

La Palabra vivida nos hace libres y puros porque es amor, es el amor el que purifica con su fuego divino nuestras intenciones y toda nuestra intimidad, porque el “corazón” según la Biblia es la sede más profunda de la inteligencia y de la voluntad. Pero hay un amor que Jesús nos enseña y que nos permite vivir esta bienaventuranza. Es el amor recíproco, el de quien está dispuesto a dar la vida por los demás, a ejemplo de Jesús.(...) Viviendo el amor mutuo la Palabra actúa con sus efectos de purificación, de santificación. (...)Y aquí está el fruto de esta pureza, que siempre hay que conquistar: se puede ver a Dios, es decir, comprender su acción en nuestra vida y en la historia, sentir su voz en el corazón, acoger su presencia allí donde está: en los pobres, en la Eucaristía, en su Palabra, en la comunión fraterna, en la Iglesia".