En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús:
- Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar.
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
- ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
Comentario Papa Francisco
Cristo alaba y da gracias a su Padre, porque ha decidido revelarse a quien no cuenta nada para la sociedad. Te alabo, oh Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pobres. Sólo aquellos que tienen el corazón como los pequeños, que son capaces de recibir esta revelación, el corazón humilde, manso, que siente la necesidad de orar, de abrirse a Dios, se siente pobre. La pobreza es la dote privilegiada para abrir la puerta del misterio de Dios. Muchos pueden conocer la ciencia, la teología también, ¡muchos! Pero si no hacen esta teología de rodillas, es decir, humildemente, como los pequeños, no entenderán nada. Nos dirán muchas cosas, pero no entenderán nada. Sólo esta pobreza es capaz de recibir la Revelación que el Padre da por medio de Jesús, a través de Jesús. La grandeza del misterio de Dios sólo se conoce en el misterio de Jesús y el misterio de Jesús es realmente un misterio del rebajarse, aniquilarse, humillarse, que trae la salvación a los pobres, a los que están aniquilados por muchas enfermedades, pecados y situaciones difíciles. Pidamos al Señor, en este tiempo de adviento, acercarnos más a su misterio por el camino de la humildad, de la mansedumbre, de la pobreza, de sentirnos pecadores.