En otro punto nos dice: “Hay muchos que ayunan en esta cuaresma, pero siguen en sus pecados. Estos no ungen su cabeza. Hay tres clases de ungüento: suavizante, corrosivo, punzante. El primero es el recuerdo de la muerte; el segundo la presencia del juez venidero; el tercero, el infierno.
La limosna
“La limosna es un gran tesoro. Las manos de los pobres, dice San Lorenzo, han llevado los bienes de la Iglesia a las arcas del cielo. Atesora en el cielo el que da a Cristo; da a Cristo el que reparte entre los pobres. Dice el Señor: Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicistei (Mt. 25, 40).
“La palabra limosna en griego significa misericordia. Se llama misericordia porque riega el corazón mísero. Se riegan los huertos para cosechar frutos. Riega también tú el corazón del pobre miserable con la limosna, que llaman agua de Dios, para cosechar los frutos en la vida eterna. El cielo sea para ti el pobre; deposita en él tu tesoro para que tu corazón esté allí siempre, sobre todo en esta santa cuaresma. Donde está el corazón están los ojos, y donde están estos dos, está la inteligencia, de la cual dice el Salmo: Bienaventurado el que entiende el necesitado y el desvalido[1]. Por eso dice Daniel a Nabucodonosor: Sírvete aceptar mi consejo, rey; redime tus pecados con limosnas y tus iniquidades con misericordias a los pobres.”
Sermón moral
En este punto del sermón del Miércoles de Ceniza, nos dice San Antonio: “El penitente, cada año por la cuaresma, debe repasar la propia conciencia, que es casa de Dios, y todo lo que encuentre en ella perjudicial o superfluo deberá circuncidarlo en la humildad de la contrición; debe contemplar el tiempo pasado, investigando diligentemente lo que hizo o dejó de hacer. Después de todo esto, vuelva a pensar en la muerte, que debe tener ante los ojos, y habitar allí.”
“Cuando el corazón del pecador se inflama con la gracia del Espíritu Santo, arde por el dolor, ilumina el conocimiento de sí mismo, y entonces devora los espinos, o sea, la conciencia espinosa, o sea, que remuerde, y los abrojos, o sea el estímulo de la lujuria, porque se le devuelve la interior y exterior.”
La Resurrección del Señor
Nos dice el Santo que, con el Pecado Original: “Doble era la pena infligida al hombre: la muerte del alma y del cuerpo.” “Vino nuestro samaritano, Jesucristo, y derramó vino y aceite en esta doble llaga.” “La Resurrección de Cristo está indicada en el aceite, que flota sobre todo líquido. En efecto, fue mayor el gozo que los Apóstoles recibieron por la Resurrección de Cristo que cualquier gozo que habían tenido con Él antes de que muriese. Asimismo la glorificación de los cuerpos superará toda alegría. Se alegraron, dice, los discípulos cuando vieron al Señor.” (Jn 20,20).
Como final de su sermón sobre la Resurrección, nos recuerda San Antonio, lo que dice el Apóstol San Pablo en su primera Carta a los Corintios (1 Cor 15, 53-57): “Cuando esto corruptible se revista de incorrupción y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: la muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde está muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado la Ley. Pero gracias sean dadas a Dios, que nos dio la victoria por Nuestro Señor Jesucristo” que es bendito por los siglos. Amén.
Comité de Redacción