Dios le concedió la gracia de nacer en el seno de una familia cristiana, lo que suscitó en él un gran amor a la Virgen María; el niño Fernando no desperdició esta circunstancia, ya que, desde pequeño tuvo que superar las pruebas de las tentaciones; recordemos cómo tomó la decisión de apartarse de los amigos, que ponían en peligro su integridad moral, y cómo acudió a la intercesión de la Virgen María, en medio de una tentación contra la pureza, que sufrió estando en la catedral de Lisboa (allí ha quedado grabada la Cruz, que trazó en la pared).
Con 15 años toma la decisión de entregarse al servicio de Dios y de la Iglesia, ingresando en el Monasterio de San Vicente da Fora, de la Orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, donde va a permanecer dedicado a su formación y al estudio de las Sagradas Escrituras, durante dos años.
El año 1212, de nuevo tiene que tomar una decisión importante. Las frecuentes visitas que recibe, de familiares y amigos, en San Vicente, le obligan a solicitar su traslado al monasterio de la Orden en Coimbra.
En esta ciudad tuvo contacto con los frailes menores – franciscanos – instalados en sus proximidades– San Antonio de los Olivares – y le impactó muchísimo asistir a la llegada de los cuerpos de los cinco frailes menores, martirizados en Marruecos, a donde habían ido a predicar el Evangelio. Esta vivencia despertó en Fernando un afán por ir a tierras marroquís a misionar y morir mártir.
Marruecos, Sicilia, Romaña, Bolonia
Dios, que iba guiando la vida del joven Fernando, transformando sus generosos proyectos por otros, le guió a entrar en los Frailes Menores, con la condición de que le enviaran a Marruecos. Vimos que allí fue, pero la enfermedad y las tormentas marinas le llevan Sicilia, donde, una vez repuesto, se incorpora, de forma discreta, a las actividades de la Orden.
Descubiertas por sus superiores y San Francisco, su formación y cualidades, le dedican a la enseñanza de los frailes menores y la predicación contra las herejías que se habían extendido por Italia y Francia. Hay que destacar esta actividad, que le llevó a correr grandes riesgos y a sufrir las decepciones propias de aquellos que no quieren escucharle, lo que, inspirado por Dios, hizo que fuera a predicar a los peces. Durante su predicación destaca su afán por pacificar a las gentes, enfrentadas en continuas guerras fratricidas.
Durante esta etapa de su vida, en la que el contacto con las personas, eleva enormemente su afán de apostolado, ante la necesidad de convertir a las personas y regenerar la vida social.
Bendecido por Dios
Es muy importante resaltar como Dios bendice los trabajos de San Antonio, que ha puesto en Él toda su confianza. Desde niño San Antonio tuvo clara la idea de que nada se podía conseguir, por mucho empeño que se pusiera en ello, sino no se contaba con la ayuda de Dios, la que sólo se podía conseguir con la constancia en la oración, de ahí que él se retirara muchas veces a rezar.
Vemos, y así esperamos haberlo podido transmitir a nuestros lectores, grandes devotos de San Antonio, que éste labró su fama con el apoyo de Dios y con su esfuerzo personal, en la oración y el trabajo.
Este apoyo de Dios se concreta, muchas veces, como ocurre con todos los santos, en una inmensa capacidad de intercesión, que ayuda a encontrar remedio para las cosas más sencillas, así como para resolver circunstancias y enfermedades, que suelen quedar fuera del alcance de nuestro alcance humano.
Comité de Redacción