Hay algo que es crucial: aprender a diferenciar la persona, de las ideas y opiniones que pueda tener. Tienen que saber que la persona es digna de respeto, y son las ideas y opiniones, lo que pueden compartir o discutir –si se está en desacuerdo– independientemente de si esa opinión es de una amiga o de un amigo.
Por lo tanto:
–La persona y la relación donde se fragua una amistad es lo mejor que a uno le puede pasar.
–Son las ideas –a la hora de opinar y decidir qué hacer– lo que puede calificarse como acertadas o desacertadas.
¿Y cómo ayudar a que los hijos adquieran criterio y desenvoltura para discrepar cuando están en desacuerdo con la opinión o propuesta de una amiga/amigo? Trabajándolo en casa a través de conversaciones –que se pueden hacer en torno a un libro que se esté leyendo– en la que participan todos. En esas conversaciones, los hijos irán consiguiendo
criterio, claridad de ideas y espontaneidad conforme van escuchando a los otros y opinando ellos, acerca del comportamiento de un personaje en determinada situación y de los comentarios que hagan de la historia que cuenta el libro.
Conviene tener presente que toda conversación refuerza los lazos de unión de los que en ella intervienen; se transmiten sensaciones gratas y positivas en los que conversan, se aprende a escuchar y a hablar en público; se favorece el buen ambiente que se asienta en el hogar; se refuerza y estimula el trato entre los miembros de la familia y sirve, también,
para conocer mejor a los demás.
Termino poniendo el foco en que, con la lectura –además de una educación estética, literaria y artística– hay también una educación moral. Y ese aspecto moral no es baladí. Por eso, es bueno apoyarse en los libros para comentar con los hijos, lo que mueve a actuar a los personajes que intervienen en dicho cuento o novela.