Europa debe una gran parte de su primitiva esencia al cristianismo. Es Jesucristo quien transmite a sus discípulos, la idea de que todos los hombres son hermanos e iguales ante Dios.

Si afirmamos que nos hallamos ante un posible oxímoron, nuestra aseveración no podría ser considerada un desatino. 

A veces, la Biblia, se nos presenta como una narración violenta. Si me viera en la obligación de señalar la narración que más afectó mi sensibilidad, ésta sería la historia de Jeú, rey de Israel y personaje artero. Persiguió, con denodada furia, a la familia de Ajab, rey de Israel.

Quieren ser, las siguientes líneas, un homenaje a las personas que dieron su vida en defensa de la Libertad y la doctrina cristiana y una reflexión sobre nuestro presente. El Papa, dijo el pasado 2 de junio:” Hay que buscar el alma de los pueblos y aproximarse a ella. Los obispos greco-católicos, ponen en evidencia que el materialismo marxista es incompatible con el mensaje de Jesucristo”.

Durante la tarde del pasado 15 de abril las llamaradas brotaron de los tejados de la vieja catedral. La Historia de París, de Francia y de Europa, gemía acongojada por la tragedia. 

Leyendo unas noticias, me encontré, con sorpresa, las manifestaciones de unas señoras que se quejaban de ser mujeres y tener apellidos que sonaban a gitanos. En su opinión, esas circunstancias, les impedían acceder al mercado de trabajo. Una, afirmó: “Ni se consideran nuestras candidaturas. – En un momento en el que crece el empleo”; la afirmación me sorprendió. ¿Existían prejuicios en el siglo XXI?

A veces, me siento ajeno a mis propias reflexiones, como si fuera una sombra que atisba, sobre el hombro del silencioso escribiente, las notas que van surgiendo en su ordenador.