De entre las muchas desgracias y calamidades que está trayendo consigo la invasión rusa en Ucrania la peor de ellas es la afectación física en millones de personas absolutamente inocentes.

Llevamos ya un par de artículos dedicados a la oración, pero es tal su importancia en estos tiempos que me siento en la obligación de dedicarle de nuevo mi atención.

En el anterior número me referí a la serie de catequesis pronunciadas por el papa Benedicto XVI hace 10 años en torno a la oración y su valor, unos textos a los que deberíamos volver de vez en cuando en las actuales circunstancias: un Covid-19 que no termina de irse, unas restricciones que van y vienen al antojo de los políticos y un ánimo que decae por momentos.

No está de más hacer un esfuerzo renovado por volver a nuestros pilares más fundamentales y que nos pongamos a orar con más frecuencia.

Hasta ahora, nuestra experiencia en el ciberespacio se limitaba a navegar en páginas web o manejar aplicaciones.

Supongo que, como ocurre con tantas cosas en la vida, quizá a base de repetirse año tras año ya hemos perdido la perspectiva. “Otra más”, nos decimos. Y es que, aparentemente, unas semanas de Navidad no tienen nada de especial, y mucho menos de novedoso.

La pandemia me ha permitido reconsiderar en serio qué entiendo por libertad. Porque vivimos imbuidos en la cultura contemporánea de que cuantas más libertades físicas tengamos más felices seremos.