Mis mañanas son siempre un poco apuradas, le ocurrirá a la mayoría de las madres jóvenes, con hijos. La cosa es que tenía el compromiso de escribir un artículo para este número de la revista y no podía postergarlo más...

Soy por naturaleza emotiva. Se me escapan las lágrimas cuando asisto a las procesiones, con el corazón encogido y la mirada clavada en ese cristo que camina tambaleante, al son de tambores y clarines. Se me escapan las lágrimas y me gusta. Pero creo que la verdadera piedad no puede quedarse sólo en emociones.

Me ha caído en las manos un texto antiguo, de los años 40, con un original enfoque sobre el papel de la mujer en la familia. Habrá a quien le parezca “políticamente incorrecto”. A mí me resulta luminoso y por eso lo recupero aquí como “tema para pensar”.

No tengo la menor duda: el corazón de la familia es la mujer. Por naturaleza es la más inmediatamente encargada de la formación de los hijos.

San Nicolás fue un santo obispo que se preocupaba por los pobres, especialmente los niños y se hizo famoso por su caridad. Nació en Patara (Asia Menor) la playa más grande y bella de la costa turca, en el año 270 después de Cristo, y se cree que murió un 6 de diciembre entre el año 345 y 352.

En mi afán de mejorar la forma de dirigirme a los demás apareció esto del “amor propio”. En un principio no le di importancia etiquetándolo automáticamente de egoísta y superficial. Pero después pensé que si me servía para ser mejor no tendría nada de malo y abrí el debate en mi conciencia que ahora comparto.

Mi hija Isabel tiene 10 años y se disputa un lugar entre su hermana, un año y medio mayor que ella, y su hermano, dos años menor que ella. No es cosa de niños ser “el del medio.”

En el colegio le mandaron hacer una narración bajo el mismo título del cuento “Cada cual se divierte como puede” de Gustavo Roldán.