Compartir la mesa familiar es un ritual que se ha diluido frente a las obligaciones y rutina semanal; esto, según los especialistas, impacta de manera negativa en el desarrollo social de las personas

En la mesilla de noche tengo varios libros, cuya lectura voy alternando. Hay uno que me entretiene y lo uso casi como ocasional meditación, lo he comentado otras veces: “El alfabeto de los afectos”.

En ciertos momentos, escuchamos en nuestro interior el sonido de las campanas de una “catedral sumergida” que trae el recuerdo de nuestra inocencia.

El otro día hablando con amigas, la conversación recayó sobre horóscopos, cartas del tarot y cosas por el estilo. Una reconoció que consulta el horóscopo a diario. Otra que, cuando va a tomar decisiones importantes acude a algún adivino. Y una tercera decía haber ido por simple curiosidad.

Las propias emociones no son evidentes, ni en su conocimiento ni en su definición. Para conocerlas, es necesario saber mirar dentro de uno mismo, pero también tener un lenguaje que nos permita poner en palabras lo que sentimos. La neurosiquiatra infantil, y psicoterapeuta para adultos y parejas, Mariolina Ceriotti, en su libro “El alfabeto de los afectos”, nos ofrece una serie de claves de extrema utilidad.

¿Qué nos lleva al aburrimiento y qué podemos sacar de él? En el número anterior rescataba unos pensamientos sobre el valor de la rutina tomada del libro “Tiempo mío, tiempo nuestro” del pensador y poeta Carlos Javier Morales. Ahora abordo otro de sus puntos: la valoración del aburrimiento.

¿Tendrán algún valor las rutinas? En el mundo acelerado en que vivimos, siempre enbusca de nuevas sensaciones, la rutina parece algo odioso, de lo que se debe huir por todos los medios y acepar sólo cuando no hay más remedio.