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Consideraciones finales sobre la humildad

Escritor

Jesucristo mismo se propone como ejemplo de humildad y modelo de mansedumbre: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29) y “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). El Señor nos ofrece como ley el camino de la humildad, que nos orienta a la verdad. En lo alto de la escala de la humildad de San Benito, dice San Bernardo, está el Señor, pues el conocimiento de la verdad se sitúa en lo alto de la humildad, ya que el Señor es la verdad. Y al que llega, le otorga la caridad, la cual es “un alimento dulce y agradable que reanima a los cansados, robustece a los débiles, alegra a los tristes y hace soportable el yugo y ligera la carga de la verdad”; ella “exhala el aroma de las distintas virtudes” y “con ella se sirven también la paz, la paciencia, la bondad, la entereza de ánimo, el gozo en el Espíritu Santo y todos los demás frutos y virtudes que tienen por raíz la verdad o la sabiduría”, y luego ya se ofrece el plato de la contemplación.

Para San Bernardo, en este camino que nos muestra Jesucristo, se descubren así tres grados o estados de la verdad: al primero se sube por el trabajo de la humildad y parece ser obra del Hijo; al segundo se asciende por el afecto de la compasión y parece ser obra del Espíritu Santo; y al tercero se sube por el vuelo de la contemplación y es obra del Padre. Esta realidad trinitaria supone que el Hijo nos da la regla de la humildad, el Espíritu Santo la caridad como don suyo, y el Padre nos otorga la revelación. A los que el Hijo hace humildes con su palabra y ejemplo, el Espíritu Santo derrama sobre ellos después su caridad y finalmente el Padre los recibe en la gloria; de este modo, el Hijo forma discípulos, el Espíritu Santo consuela a los amigos y el Padre enaltece a los hijos; en el primer grado, Dios enseña como maestro, en el segundo consuela como amigo y en el tercero abraza como padre.

Consideraciones finales

La ascensión meditada de la escala de la humildad de la Regla de San Benito permite además al monje, pero también a todo cristiano, penetrar en varios elementos esenciales de la vida monástica juntamente con la humildad: el temor y el amor de Dios, la imitación de Cristo y la configuración con Él, la obediencia, la renuncia de sí mismo, la taciturnidad o interiorización del silencio, la compostura externa…

El Beato Pablo Giustiniani o Justiniani, reformador camaldulense del siglo XVI en la estela de San Benito y de San Romualdo, enumera entre los instrumentos de la vida eremítica el de “custodiar el tesoro de la más perfecta humildad tanto más celosamente cuanto más se avanza en la perfección”. Y como modelo de humildad propone a Jesucristo, pues, como modelo perfecto que es de toda vida religiosa, también lo es en la humildad: “En la vida y en la doctrina de Jesucristo, después del amor a Dios y al prójimo, aprendemos:

1) a perseguir en todo la humildad;

2) a huir de la vanagloria y a evitar los encargos de prestigio, incluso si se nos ofrecen;

3) a ser como niños en cuanto a la carencia de malicia, no en cuanto a juicio”.

Según el Beato Pablo Giustiniani, aprendemos después que el más grande debe comportarse como si fuese el más pequeño y el primero como si fuese el siervo, y es necesario seguir en todo la humildad de Cristo: a “Él, que siendo Dios, se negó a sí mismo asumiendo la condición de siervo; Él, que apenas se dio cuenta de que habían llegado a cogerlo para hacerlo rey, huyó al monte solo y rechazó cualquier poder, aunque le atañera”.