Un niño, una niña, percibe con todo su ser la relación que hay entre sus padres y esa relación la hace suya. Si dicha relación está envenenada, el veneno circulará por su organismo y si la relación es armoniosa él, ella, se sentirá alegre y feliz.
Muchas veces, en el matrimonio, se olvida dedicar tiempo a lo importante y lo importante es “lo nuestro”. Porque el tú y el yo han dado lugar al nosotros a lo nuestro.
Existe el peligro de, sabiendo que la relación va bien, dejarla desatendida, como abandonada a su propia suerte. Y más bien pronto que tarde, aparecen los problemas, las recriminaciones y el malestar.
Suele suceder que cuando un matrimonio reacciona a tiempo y recupera la atención de su amor, o sea, el dedicarse tiempo marido y mujer, los primeros en darse cuenta son los hijos.
Anoto brevemente lo siguiente:
Toda ruptura es un drama para los hijos. No es cierto que una ruptura sin violencia, no dañe a los hijos. Los hijos pueden entender que sus padres hayan peleado, porque ellos también se pelean con sus mejores amigos. Pero lo que no pueden entender es que no sean capaces de perdonar. Y esto es lo que transmite la ruptura del matrimonio en los hijos: la incapacidad para perdonar. Esto es muy fuerte para unas criaturas que sienten el rechazo y el desamor como propios.
La conclusión parece clara: si quieres ser un buen padre, sé un gran marido. Si quieres ser una buena madre, sé una gran compañera para tu marido. En esto se apoya la construcción feliz de tu familia.