Por divino mandato salió Elías al encuentro de los emisarios y con acento amenazador les dijo: ¿Acaso no hay Dios en Israel? ¿Para qué vais a consultar a Belcebub? Volved pues y anunciad a vuestro rey que no bajará del lecho, sino que morirá en él.
Refiriéronle la amenaza sin conocer al que la había pronunciado, pero Ococías echó de ver, por las señas, que debía de ser Elías, y mandó a un capitán con cincuenta hombres para que le prendiesen y llevasen a su presencia. Elías rogó a Dios que le defendiese, y al instante bajó fuego del cielo que redujo a cenizas al capitán y a toda su gente. Ococías envió a otro y le aconteció lo mismo. Finalmente, el tercero, temeroso de que le sucediese lo propio con él y los que le acompañaban, rogó humildemente al siervo de Dios que acatara las órdenes de su señor. Se avino a ello el Profeta, y cuando estuvo delante del rey, en nombre del Señor, le habló de esta manera:
Porque has enviado a consultar a Belcebub y no al Señor, no te levantarás de esa cama y ahí morirás. Cumplióse en breve la profecía, y Ococías murió a los dos años de reinado.
Arrebatado al Cielo
Conociendo Eliseo que la vida de Elías llegaba a su término, permanecía siempre a su lado para ver el fin. Un día que de Jericó se había ido a las playas del Jordán, tomó Elías su capa y con ella tocó las aguas del río, que luego se dividieron a uno y a otro lado de tal modo que ellos pasaron a pie enjuto por el medio. Cuando estuvieron en la orilla opuesta, dijo Elías a Eliseo:
Pide lo que quieras antes de que sea separado de ti.
Eliseo le contestó entonces: Pido que pase a mí, doblado, tu espíritu y, doblados también, los dones que has recibido del Señor.
Cosa difícil has pedido, replicó Elías. Sin embargo, te será concedido con tal de que me vieres cuando sea separado de ti.
Mientras andaban conversando de esta suerte, he aquí que de repente baja del cielo un carro de fuego, tirado por caballos alados y llameantes. Subió a él Elías y en seguida se elevó en el aire en medio de una nube. Le veía subir Eliseo y gritaba:
¡Padre mío! ¡Padre mío!
Y le siguió con la vista hasta que desapareció. Entonces fue tal su dolor, que rasgó sus vestiduras e irrumpió en copioso llanto; tomó la capa que Elías había dejado caer y volvió al Jordán. Tocó con ella las aguas y éstas se separaron de nuevo, dejándole libre y seco el paso hacia la otra orilla. Allí fue recibido con gran veneración por sus discípulos, los cuales, echaron de ver por esta maravilla que, verdaderamente, había pasado a él el espíritu de Elías. (Año del mundo 3108)