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Enfurruñados

El choque de opiniones es inevitable porque la vida es así: muy diversa. Hay que saber tener una opinión y saber, al mismo tiempo, que el prójimo puede tener la suya.

Nosotros, nuestros gustos, él los suyos. Y meditar, luego, que nosotros podemos no estar en lo cierto, sino él; que él puede estar equivocado y nosotros en la postura exacta… Pero también podemos estar equivocados los dos, o los dos en lo cierto.

Más de una vez, el mal genio sobreviene por discusiones tontas, por el choque violento de pareceres y manías, por cosas sin interés para nadie y para nada. Y todo por pretender

imponerlas a los demás. Y, cuando esto no es posible, arrugando el ceño y sembrando de

amargura y disgusto y roces el propio hogar, la convivencia con la esposa y los hijos, la amigable compañía de los que están cerca, damos vía libre al mal genio.

Por ese mal genio, seriedad en el rostro, respuestas con monosílabos, gestos fríos y cortantes, sembrando por todas partes la desazón y la falta de simpatía y suavidad, nos comportamos un poco como burros tercos y no como personas civilizadas.

Es oportuno recordar que ese mal genio es una mala obra que se hace contra la vida social y ciudadana; un empeño de amargar la existencia a todos los que nos rodean, faltando con ello a la más elemental caridad y al sentido común más obvio. Caminamos por el mundo entre otras personas. El hombre es sociable por naturaleza. Somos de todos en gran parte. Y nos debemos a todos. Debemos no hacer sufrir a los demás por nuestro mal genio.