Pasó un buen puñado de años renegando de Dios y que al final, gracias también a las incansables oraciones de su madre, santa Mónica, descubrió su fe y su vocación la vida religiosa.
Es tan compleja y rica la doctrina de San Agustín que el papa Benedicto XVI, cuya tesis doctoral versó sobre el obispo de Hipona, dedicó una serie de catequesis semanales a reflexionar acerca de su vida y enseñanzas. Le fascinaba cómo todos nosotros podemos identificarnos con él, sin importar la época o el lugar: “contrariamente a lo que muchos piensan, la conversión de San Agustín no fue repentina ni se dio por completo al principio, sino que puede definirse como una verdadera travesía que sigue siendo un modelo para cada uno de nosotros”.
Pues bien, de entre las innumerables lecciones que nos dejó en sus escritos, yo me quedo quizá con la más conocida, porque él mismo se encargó de anotarla en Las confesiones, su libro autobiográfico, y sintetiza el mensaje central de su vida y su actitud frente a la existencia misma: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en ti”.
De alguna manera, hoy en día contamos con más bienestar material que nunca y, sin embargo, nos asolan más problemas psicológicos que nunca. Quizá el tener tantas libertades, tantas posibilidades, tantos caminos profesionales y personales… abre el abanico de riesgos también. No cuesta encontrarse a jóvenes ansiosos, relativistas o existencialistas, porque el solo hecho de poder estudiar cualquier carrera, poder salir con cualquier persona y poder vivir libres de todo tipo de compromiso hace que tomar la decisión correcta cueste más. Tanta oferta nos confunde la mente y el corazón e impide ver las cosas con perspectiva.
Esto que afirmo tiene bastante de generalización, claro está, pero frente a tantas propuestas de felicidad la fe parece ocupar un lugar ya secundario. A menudo, Dios no está de moda y olvidamos que, por muchas distracciones que nos quieran poner al frente, estamos llamados a quererle a Él. Y por eso se nos dificulta sacar 15 minutos para el rezo diario del rosario, pero no 1 ó 2 horas para ver el último grito de Netflix.
La oración es la expresión del deseo, resumió san Agustín, y Dios responde moviendo nuestros corazones hacia Él. Nos quiere atraer hacia Sí mismo.