PREMISA 1: Vivimos en una sociedad del bienestar donde todo es relativo. Prima una moral donde la tolerancia es el valor supremo, cualquier opinión vale lo mismo y no existe una dependencia de ninguna instancia superior exterior al hombre.
Por lo tanto, lo que se transmite por ósmosis es… – Cada uno decide lo que es bueno.
– No hay valores estables y ningún valor está por encima de los demás.
– Prima el apetecer, lo inmediato y la falta de compromiso y de responsabilidad.
Es bueno tener este referente delante para pensar qué valores han de tener una prioridad, a la hora de transmitirlos a los hijos, y caer en la cuenta de que la manera más certera de que, estos, quieran hacer suyos esos valores, es través del ejemplo que sus padres les dan.
PREMISA 2: Para que la persona pueda resolver problemas, ha de poder enfocarlos. Sólo así, podrán marcarse objetivos que apunten a la efectividad a corto, medio y largo plazo. Y teniendo en cuenta que la educación es auto- tarea ayudada, el nivel de ayuda dependerá de la edad de los hijos y de las circunstancias de cada momento.
Los hijos suelen ser lo que sus padres son. Si estos son aptos, los hijos madurarán y prosperarán, pero si están descentrados, los hijos se quebrarán. De ahí la necesidad del...
– Esfuerzo personal (de los padres) para transmitirlo como valor imprescindible para mejorar la personalidad, y
– Estilo educativo que armonice la excelencia intelectual con una buena formación ética, porque cuando la inteligencia deja de estar guiada por la ética, es como disponer de un coche con un potente motor al que le faltan los faros. Y como nos movemos en una cultura relativista en la que todo “depende”, hoy es vital proponer como valores a conquistar por los hijos:
1.- La sinceridad (la verdad no es subjetiva, es objetiva por lo que hay que buscarla, no crearla, ni inventarla). La veracidad nos permite desarrollar al máximo nuestra personalidad. El/la que es veraz se manifiesta como es, se abre a los demás con franqueza y genera confianza. La confianza, a su vez, lleva a hacer confidencias y a encontrarse. Y el encuentro desarrolla a las personas haciéndolas auténticas.
La mentira nos enferma. Bloquea la verdadera comunicación, y -como ésta es esencial para el desarrollo de la persona- deforma la personalidad.
2.- La coherencia (es el valor que nos hace ser personas consecuentes, actuando siempre de acuerdo a nuestros principios).
3.- La fortaleza (que capacita a la voluntad para persistir en el esfuerzo por alcanzar lo que considera valioso y en resistir las acometidas de las pasiones que tratan de apartarnos de lo bueno). La fortaleza, hoy, no está de moda porque supone esfuerzo, por eso, quienes se esfuerzan optimizan sus vidas.