San Francisco de Asís, un santo conocido por su humildad y devoción, una vez dijo: "La verdadera fortaleza radica en el dominio de uno mismo". Estas palabras resonaron a lo largo de los siglos, recordándonos la importancia de ofrecer las dificultades e incomodidades en el camino hacia la plenitud espiritual.
La mortificación, entendida como la renuncia voluntaria a los placeres mundanos –o desproporcionados– en busca de un bien superior, es un ejercicio de fortaleza interior. Al negarnos a ceder ante nuestros deseos inmediatos y buscar en su lugar la voluntad de Dios, cultivamos una fortaleza que trasciende las limitaciones de la carne y nos conecta con lo divino.
La historia de San Francisco de Asís es un testimonio vivo de la poderosa transformación que la mortificación puede traer a nuestras vidas. Al renunciar a su riqueza y privilegio para abrazar una vida de pobreza y servicio, San Francisco encontró una fortaleza interior que lo llevó a enfrentar las adversidades con serenidad y paz.
En un mundo obsesionado con el confort y la gratificación instantánea, la mortificación puede parecer un concepto extraño y ajeno. Sin embargo, es precisamente a través de la renuncia voluntaria y el sacrificio personal como descubrimos la verdadera libertad y fortaleza interior, y cuyo sentido último se encuentra en el Calvario. No olvidemos que la señal inequívoca del cristiano es la de la cruz.
La mortificación no se trata de infligir sufrimiento innecesario sobre uno mismo, sino más bien de reconocer que a veces es necesario renunciar a ciertos placeres temporales en aras de un bien mayor. Es un acto de amor y devoción que adquiere su sentido al mirar a la Cruz y que nos permite trascender nuestras limitaciones humanas y abrirnos a la gracia divina.
Camino hacia la fortaleza interior
En conclusión, la mortificación es un camino hacia la fortaleza interior y la plenitud espiritual. Al seguir el ejemplo de San Francisco de Asís y cultivar una actitud de renuncia y sacrificio, podemos descubrir una dimensión positiva en las circunstancias externas y que nos conecta con la fuente misma de toda fortaleza y gracia. Que nunca olvidemos la importancia de la mortificación en nuestro viaje hacia la plenitud de la vida espiritual, y que encontremos la fuerza y la inspiración para abrazarla con valentía y determinación. En el camino hacia esta comprensión más profunda de la vida espiritual, debemos recordar las palabras sabias de San Francisco de Asís: “Comienza haciendo lo necesario, después lo que es posible, y de repente estarás haciendo lo imposible”.